Un poco de coherencia en el debate político
Corremos el riesgo de que el debate político se convierta en un estercolero, si no hemos descendido ya a ese nivel. Escuchas a políticos de uno y otro lado –incluso aquellos que te parecían coherentes, sensatos hace no mucho– referirse al contrario –que no debería ser enemigo en términos schmittianos, sino alguien con el que cabría entenderse salvo que defienda posiciones contrarias al orden constitucional– y sólo oyes insultos, simplificaciones en las que el adversario aparece ridiculizado como imbécil o tonto, cuando no malvado. Lo mismo pasa si atiendes a las tertulias radiofónicas o televisivas. La mayoría de tertulianos, con algunas contadísimas excepciones, actúan de parte, siempre de la misma parte, alineados con alguna fuerza política. Hemos sabido que también a veces bonificados de forma directa o indirecta por algún partido, que beneficia a los que aparecen en ciertas listas. Permítanme la exageración: en este país no se puede aspirar a un cargo público de libre designación