El Zambuch: Isabel Sancho y Agustín Andreu, maestros
El pasado sábado 12 de abril, movidos por Verónica Blanco, que tan bien expresa en su sonrisa y su inteligencia el espíritu de su padre, Rafael, "con quien tanto quisimos", unos cuantos discípulos de Isabel Sancho y Agustín Andreu, Don Agustín para todos, nos reunimos en El Zambuch (Pedralba, Valencia) para homenajear a nuestros maestros y mantener viva la llama zambuchera.
Hoy, Isabel ha encontrado en su ordenador el texto que escribí y leí en 2016 en el acto de la primera entrega de libros de la biblioteca de Isabel y Agustín al Ayuntamiento de Paterna, donde nació Don Agustín en 1928. Me dice que se lo ha leído y que se han emocionado, como he hecho yo al releerlo e imaginarme a los dos leyéndolo.
Reproduzco las
Palabras en el acto de donación de la Biblioteca Andreu-Sancho al Ayuntamiento de Paterna
26 de febrero de 2016
Sr. Alcalde, miembros de la Corporación municipal, profesora Isabel Sancho, profesor Agustín Andreu, queridos maestros, queridos amigos.
Decía Don Miguel de Unamuno que “sentir” es más que “comprender”. Estas palabras están escritas desde el sentimiento. Voy a leerlas.
Don Fernando Vela, uno de los amigos más fieles y el más eficaz colaborador de Don José Ortega y Gasset (perdonen la deformación profesional, pero tanto años estudiando a Ortega hacen que su ejemplo venga a mi mente una y otra vez), Don Fernando Vela dijo de su amigo y maestro que para él y para sus condiscípulos fue “todo un acontecimiento”.
Creo que no falto a la verdad si, en nombre de los discípulos de Agustín Andreu aquí presentes y de los numerosos que espiritualmente nos acompañan, digo que Don Agustín es para nosotros “todo un acontecimiento”. Cuando lo conocimos --muchos de nosotros por la mediación de Isabel Sancho que nos encandiló con sus clases de Filosofía en el Bachillerato y nos metió en el alma, para siempre, el gusanillo del amor al saber--, cuando conocimos a Agustín Andreu, decía, quedamos deslumbrados por su palabra, quedamos sobrecogidos en su palabra, primero por el tono de su voz, firme pero suave a la vez, e inmediatamente por el contenido de su discurso filosófico, de su pensamiento vital y poético, que nunca renuncia a la razón. Uno se daba cuenta enseguida de que estaba delante de una gran cabeza, de una gran inteligencia. Asistíamos, asistimos, estupefactos, con los ojos deslumbrados de la lechuza, con los ojos de Minerva, al asombroso espectáculo de la metafísica creadora, del saber fundacional, del conocimiento originario y originante, del decir ilusionado e ilusionante, asistíamos, asistimos, a la filo-sofía haciéndose y re-haciéndose una y otra vez, a la vida viviéndose filosóficamente, al pensamiento hecho vida, desde la vida vivida y viviente y para la vida. Un pensamiento que se entrega a los otros graciosamente, con absoluta liberalidad, por utilizar una palabra de resonancias tan cervantinas. Cuando al pobre Sancho Panza le quisieron hacer gobernador de una ínsula dijo que iba a ser un gobernador “liberal”. ¡Y pensábamos que el de las ideas era Don Quijote!
Don Agustín nos hace visitar fondos insospechados de lo humano, no esos fondos hobbesianos que algunos creerán al escuchar esta frase, sino “lo divino en el hombre”, por decirlo con Ortega y parafraseando al revés el título famoso de María Zambrano. Don Agustín nos pone en contacto con lo más humano de lo humano, y cree en la inteligencia y bondad de la persona, aunque ésta se presente tantas veces recubierta por el personaje, por la máscara. Don Agustín sabe entrarse y mostrarnos además los transfondos de lo humano por los que se atreve a pasear su inteligencia. Aristotélicamente, Don Agustín piensa --sin abandonar la orteguiana razón vital e histórica, con algún tinte poético zambraniano que no oculta, y siempre con la teología más seria como base, sin entregarse al misticismo--, Don Agustín, aristotélicamente, piensa que es mucha concesión a la “casualidad” (y enmendando el párrafo de la Metafísica de Aristóteles nos atrevemos a añadir que también a la “causalidad”) que todo esto, que el mundo, que la vida, responda sólo a principios materiales (agua, aire, fuego, tierra, átomos) o a una combinación aleatoria de los mismos, y por eso con Aristóteles y con Leibniz busca el principio de los principios y piensa (e intenta convencernos a los discípulos más descreídos) que, como dice Aristóteles, detrás de todo hay un Entendimiento, una Inteligencia, como al parecer dijo, primero, Hermótimo de Clazómenas y repitió su discípulo Anaxágoras, de quien lo toma el Estagirita.
Siempre me ha preocupado que Don Antonio Machado, en su conocido autorretrato, matizara que era “bueno” en el “buen sentido de la palabra”, porque en España, país de mediocreidades triunfantes, país en el que como decían Joaquín Costa y Ortega es usual la selección inversa de los peores frente a los mejores, en España, digo, es frecuente que cuando a alguien le llaman “bueno” quieran decir que es persona fácil, fácil de engañar, fácil de manejar, fácil de llevarlo al agua del molino ajeno o de hacerle comulgar con ruedas de molino. Don Agustín e Isabel son buenos en el “buen sentido” de la palabra y, como en Machado, su verso, su obra, brota de “manantial sereno”. No conozco personas más generosas y desprendidas, más liberales, y este su carácter se ha manifestado siempre en una conciencia social de hacer lo que hay que hacer en cada momento y, sobre todo, de ayudar al hombre, al hombre concreto que somos cada uno de nosotros, a formarse para la vida, a educarse para la “vida buena”, por seguir diciéndolo con Aristóteles, a educar al género humano, por decirlo con su amado Lessing. Sólo así se entiende su labor docente, de Isabel y de Don Agustín, de tantos años en las más diversas instituciones, sólo así se entiende esa gran creación que es el Zambuch, sólo así se entiende la difusa labor pausada, diaria, cotidiana, de la palabra dirigida con precisión a cada alumno, a cada amigo, de la palabra orientadora y alentadora para servir a la inteligencia que en cada uno descubren.
Luis de Zulueta decía que la obra de Don Francisco Giner no se quedaba en las importantes instituciones que fundó y auspició, entre ellas la Institución Libre de Enseñanza, sino que había una “Institución difusa” que se había extendido por toda España. También hay un “Zambuch difuso” cuya llama algunos nos cuidamos de mantener viva aun en instituciones oficiales u oficiosas tan contrarias a sus principios. Afortunadamente, los más no se dan cuenta y nos dejan hacer. La revolución del hombre, decía Don Francisco Giner, y me ha recordado Don Agustín tantas veces, va despacio, muy despacio. Don Miguel de Unamuno dijo de Don Francisco que era el “Sócrates español”. Don Agustín es otro nuevo “Sócrates” que ha envenenado a sus discípulos con el amor al conocimiento, a la verdad, a la belleza y al bien. Alguna cicuta han querido darle, aunque no fuera mortal, pero hoy es día de celebración y fiesta, no de agravios ni de desagravios. Si Ortega dijo de Giner que era “la fuente”, el manantial del que tenían que beber quienes quisieran construir una nueva España europeizada, una nueva sociedad española y europea y americana, los discípulos de Andreu sabemos bien que él es otro gran manantial de aguas claras y bebederas.
Los franceses hablan mucho, y los saben crear y conservar, de “les lieux de la mémoire”. Nosotros, que no somos franceses, solemos olvidar demasiado nuestra historia y la des-conocemos, con los riesgos de repetirla que ello conlleva, somos un pueblo muy desmemoriado. Actos como el de hoy, tan sencillo en su composición y tan elevado en su propósito y proyecto, sirven para fundar si no lugares de la memoria, sí, y es mejor, “lugares del espíritu”, pequeños rincones de estudio y de encuentro en que jóvenes y mayores se vean y hallen las herramientas para aprender, escuchando con sus ojos a los muertos y viviendo en conversación con los difuntos, por decirlo con los famosos versos de Quevedo, esos maestros en forma de libros que Isabel y Don Agustín han ido acumulando a miles durante años y depositan aquí. Me alegro y enorgullezco de que las autoridades municipales de Paterna acojan e impulsen esta Biblioteca: que estos libros no cojan polvo en las estanterías sino que sean nutriente alimento de los vecinos de Paterna y de los investigadores que quieran venir a aprender de los materiales que aquí quedan y quedarán depositados, montón de papeles de dos vidas dedicadas íntegramente al estudio, es la gran obra que Isabel y Don Agustín nos encomiendan a los que tenemos unos pocos menos años que ellos. De este modo esta Biblioteca será un maravilloso “lugar del espíritu” y un “lugar de encuentro” entre los amigos del saber. Gracias, Isabel, gracias, Don Agustín, por vuestra generosidad y vuestra maestría, y gracias Sr. Alcalde por comprender la importancia que esta Biblioteca y este Archivo tienen. Gracias a todos por su atención.
Javier Zamora Bonilla
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