"Mi vida es la realidad radical" Comentario a Meditaciones del Quijote

Mi artículo de presentación de Meditaciones del Quijote de José Ortega y Gasset con motivo de su traducción al chino en The Commercial Press.

Agradezco a Yang Xiaoming, editora de español de The Commercial Press, que me invitara a escribirlo, y a la profesora Cai Xiaojie que lo haya traducido. Ella es también traductora de Meditaciones del Quijote junto a la profesora Wang Ju.



Os dejo aquí el enlace a Beijing News Books Review Weekly

https://m.bjnews.com.cn/detail/162556777214067.html


Aquí os dejo el texto en español:


Salvar la vida en cada circunstancia

Don Quijote y la heroicidad vital

José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, Beijing, The Commercial Press, 2021

 

Javier Zamora Bonilla

Profesor de la Universidad Complutense de Madrid (España)

 

José Ortega y Gasset publicó Meditaciones del Quijote a finales de julio de 1914. Fue su primer libro. Pocos días después estallaba la Primera Guerra Mundial, que para Ortega era el síntoma, no la causa, de la crisis que sufría Occidente desde hacía varias décadas. En su opinión, la Gran Guerra, como se la conoció entonces, supondría un cambio radical en todo: en la política, en la economía, en la forma de concebir la vida, en la cultura, etc., etc. En Meditaciones del Quijote, el más reconocido pensador español del siglo XX da algunas pinceladas de las causas de esta crisis de la cultura occidental que se venía manifestando desde finales del siglo XIX, conocida como la crisis de fin de siècle, como la denominaron en Francia. Desde el punto de vista de la filosofía, Friedrich Nietzsche fue el autor que mejor simbolizó este momento histórico en que muchas de las convicciones de la sociedad occidental y de la cultura científica se pusieron en cuestión. Era un tiempo de desasosiego, como expresó el poeta portugués Fernando Pessoa; de incertidumbre, como dijo el poeta austriaco Hugo von Hoffmannstahl; que puso fin al “mundo de ayer”, en expresión del también austriaco Stefan Zweig.

La cultura europea moderna se caracteriza desde el siglo XV, según Ortega, por la ciencia, pero el método racionalista, científico mostraba sus deficiencias para comprender lo humano, para entender la vida de cada cual, de cada uno de nosotros, para conocer el sentido de cada “yo”, de cada persona, en su “circunstancia”, en su mundo, y para responder a los problemas sociales que había provocado la propia modernidad, como la llamada “cuestión social”, las pésimas condiciones de existencia de las clases proletarias, provocadas por la rápida transformación industrial y el paso de una sociedad campesina a una sociedad de masas en la que el sector terciario crecía aceleradamente al mismo ritmo que las grandes urbes. El mundo, en su cosmovisión burguesa, se había hecho problemático para muchos intelectuales que habían dejado de compartir las “creencias” de la modernidad racionalista europea.

Ortega y Gasset plantea en Meditaciones del Quijote la necesidad de integrar en una única cultura europea la cultura racionalista del norte europeo, que es una cultura que se fundamenta en los conceptos, con la cultura mediterránea que se sustenta en las impresiones y sensaciones. Ortega y Gasset simboliza en la gran obra de Miguel de Cervantes El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha la aportación que España puede hacer a esa cultura occidental integral.  En el “estilo cervantino”, en la “manera cervantina” de mirar la realidad, “de acercarse a las cosas”, el filósofo español encuentra una forma de comprender la vida de modo más humano que en el racionalismo de Descartes y Kant que sustentaba filosóficamente el método científico. En obras posteriores como El tema de nuestro tiempo, de 1923, Ortega y Gasset propondrá una superación del idealismo filosófico y, frente a un racionalismo abstracto, defenderá un raciovitalismo que parte de la base de que todo lo humano es, además de vital, histórico. En el Cervantes que Ortega y Gasset presenta en Meditaciones del Quijote, el filósofo halla una antropología que entiende la vida de cada uno de nosotros en el marco de su propia circunstancia. La verdadera heroicidad no es la del loco caballero andante que como Don Quijote sale en busca de aventuras sino la de cada persona que se empeña en realizar su vocación. La vida es siempre una “encrucijada”, un cruce de caminos en el que el individuo tiene que tomar sus propias decisiones. Don Quijote deja muchas veces que sea su rocín flaco, Rocinante, su caballo, quien elija el sendero a seguir porque piensa que por todas partes encontrará hazañas que realizar. Ortega y Gasset propone que cada uno de nosotros, cada persona, tome las riendas de su propia vida y elija el camino que quiere seguir, su verdadera vocación, a sabiendas de que ésta es siempre un proyecto que se va realizando pero que, posiblemente, nunca consiga llegar a culminarse. Ortega y Gasset, muy cervantinamente, nos dice que es mejor el camino que la posada, el transcurrir de la vida que la arribada a una lugar seguro como el hogar.

Frente a la épica expresada en la poesía griega, en los viejos romances europeos o en los libros de caballerías, cuya lectura había vuelto loco a Don Quijote, épica que ensalza la heroicidad atemporal y mítica de un hombre superior que vive en un mundo legendario, la novela cervantina nos sitúa en el transcurrir de una vida que, aunque se presenta como lírica e imaginaria, nos coloca ante la realidad, ante las cosas humanas. Cervantes humaniza a sus personajes. Don Quijote es un héroe permanentemente fracasado, que va de derrota en derrota pero sin perder la fe en su vocación, o perderla sólo en el último momento de su vida. Don Quijote y su escudero Sancho Panza, un pobre agricultor que sigue a su señor y que en no pocas ocasiones se muestra más lúcido que él, nos parecen reales porque en sus andanzas expresan los problemas vitales de su tiempo, que a su vez son los problemas humanos: la vida, el amor, la necesidad, las relaciones familiares, las aspiraciones de riqueza, los usos sociales, la fe o la pérdida de la misma, las relaciones con los otros, el choque entre la concepción que cada uno se hace del mundo y las creencias de cada época, etc., etc.

En la “Meditación primera” de Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset presenta un “Breve tratado de la novela”, partiendo de la obra de Cervantes como el primer ejemplo de novela moderna que, frente a la literatura épica, humaniza la literatura y presenta las historias humanas de una forma morosa, con detenimiento, convirtiendo a los personajes en héroes de sí mismos. Ortega y Gasset había mantenido importantes conversaciones sobre El Quijote con su maestro judío Hermann Cohen en la Universidad alemana de Marburg, donde estudió dos años en su juventud. En su libro Ethik der reinen Willens (Ética de la voluntad pura), Cohen se pregunta “is etwa der Don Quixote nur eine Posse?” (“¿es Don Quijote sólo una bufonada?”). Con esta frase, Ortega y Gasset encabeza su libro, y su respuesta a esta pregunta es clara: no, El Quijote no es sólo una novela de burlas, no es sólo una parodia de los libros de caballerías y del ideal caballeresco medieval, no es sólo la primera novela moderna, una de las grandes cumbres de la literatura universal, sino que contiene una antropología, una forma de entender lo humano. La persona no se deja atrapar por el método racionalista que por la misma época ideaba Descartes en el centro de Europa. Para comprender lo humano, la forma de desempeñarse los seres humanos en el mundo, y para tratar con ellos, muchas veces hace falta ironía, humor, empatía y, sobre todo, misericordia. La ciencia puede decirnos cosas sobre el hombre, sobre determinados aspectos del hombre, pero no puede decirnos qué es el hombre, a esa pregunta sólo puede responder una filosofía que parta de la razón vital.

La frase más famosa de Meditaciones del Quijote, que sintetiza la filosofía de Ortega y Gasset, es: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Quiere decir que para entender a cada persona, para entenderse uno a sí mismo, hay que hacerlo teniendo en cuenta el mundo en derredor, la circunstancia en que cada uno de nosotros está inmerso, que es una circunstancia física (el territorio) pero también espiritual (la cultura). Ortega y Gasset decía que había que entender a cada persona en su paisaje, que es físico e intelectual. En expresión de su filosofía posterior, mi vida como realidad radical, es decir, aquélla en que aparecen el resto de realidades, es la unión del yo y de la circunstancia. Frente al ser substante, sustancial, que la filosofía occidental había buscado desde la Antigua Grecia, el ser de Parménides, siempre idéntico a sí mismo, el ser esencial, Ortega y Gasset afirma que la realidad radical que es mi vida es un ser indigente en que el “yo” necesita de la “circunstancia” y ésta del yo. Además, no es un ser estático, siempre idéntico a sí mismo, sino que la vida es un constante “ir haciéndose”, nunca está definitivamente hecha, acabada, salvo en el momento de la muerte, la cual ya no forma parte de la vida. En realidad, no es un “ser” sino un “siendo”, es un “quehacer” constante. En cada momento, queramos o no, tenemos que decidir el futuro de nuestra propia vida, aunque la decisión sea la mínima que podamos tomar: que nuestra vida siga siendo como es. La vida, que viene siempre de un pasado (personal y colectivo), está siempre volcada al futuro. En un texto muy próximo a Meditaciones del Quijote, publicado también en 1914, “Ensayo de estética a manera de prólogo”, Ortega y Gasset expone su concepto de “yo ejecutivo”. Frente al yo de la conciencia del idealismo occidental, el yo kantiano que se ha tragado el mundo fenoménico como representación y que no puede acceder a la realidad última de las cosas, al nóumeno, la filosofía tiene que partir del yo de la vida, del yo del que hablamos cuando decimos “yo ando, yo deseo, yo odio, yo siento dolor”, el yo que vive y en ese vivir va “verificándose, siendo, ejecutándose”. No un dolor de muelas genérico, sino el que me duele mucho a mí. No un amor ideal, sino el que vivo apasionadamente: esto es la vida.

El filósofo español piensa que cada uno de nosotros tiene que esforzarse por “salvar” su circunstancia, es decir, por conseguir que ésta pueda desarrollarse de la forma más plena. Por eso la citada frase “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo” continúa con una expresión latina en que Ortega y Gasset incita a cada uno a hacer el bien allí donde ha nacido. Cada persona tiene que intentar, en su quehacer, mejorar la circunstancia en que ha venido al mundo y en que vive, y de esa manera también “salvará” el “yo”, su propia vida. El filósofo español afirma que “la reabsorción de la circunstancia es el destino concreto del hombre”. Tenemos que reabsorber nuestra circunstancia, que tragárnosla, que interiorizarla, para poder desarrollarnos como personas. Esto no significa que tengamos que actuar pasivamente ante nuestra circunstancia, sino que, al ser ésta siempre un cúmulo de posibilidades y de dificultades, tenemos que aprovechar las posibilidades que la circunstancia ofrece para hacer frente a las dificultades y convertirlas en nuevas posibilidades que permitan ampliar nuestro horizonte vital, que permitan ensanchar nuestro destino.  Ortega y Gasset presenta sus Meditaciones como “el idearium patriótico, estético y científico” de su generación, que había negado la España de su tiempo y que había sido muy crítica con la herencia recibida, pero que, precisamente por ello, se sentían obligados a construir una nueva España.

En Meditaciones del Quijote encontramos también una de las características que van a definir la filosofía de Ortega y Gasset a lo largo de toda su obra: su teoría de la perspectiva. Según el pensador español, la verdad de la realidad sólo podemos descubrirla desvelándola poco a poco por la integración de diversas perspectivas. Al ser humano le es imposible tener una perspectiva omnímoda de la realidad, desde todos los puntos de vista, sólo puede conocer la realidad parcialmente, lo que no niega condición de verdad a lo conocido. Para explicar esta teoría, Ortega y Gasset recurre a la metáfora del Bosque de la Herrería que circunda el impresionante Monasterio-Palacio de El Escorial donde están enterrados muchos de los reyes de España. El filósofo se pregunta cuántos árboles componen un bosque. Cuando uno está inmerso en él, no ve el bosque sino un número determinado de árboles que están en su próximo derredor, pero ¿es eso un bosque? Ésta es la realidad patente, la que se presenta a nuestros sentidos, la que alcanzamos a captar con nuestra vista, nuestro olfato, nuestro tacto, nuestro oído. Pero existe además una realidad latente, que no está ahí a simple vista, que no podemos captar de forma inmediata con los sentidos sino que sólo podemos conocer mediante los conceptos. “Bosque” es un concepto que no expresa la realidad que vemos cuando estamos dentro de él, sino la que intuimos detrás de esa realidad inmediata. Sólo desde una perspectiva en altura podríamos ver el bosque completo, pero nunca desde dentro de él. Nuestra captación de la realidad está, por tanto, mediada siempre por una perspectiva, la nuestra, la propia. Para comprender la realidad toda, o grandes partes de ella, no queda más remedio que sumar perspectiva, propias y ajenas.

Ortega y Gasset solía llevar a sus clases una naranja o una manzana que ponía encima de la mesa para explicar a sus alumnos esta teoría perspectivista. Les preguntaba quién había visto alguna vez una naranja o una manzana. Cuando algún alumno levantaba la mano y afirmaba que la había visto, Ortega les explicaba que, en realidad, nunca vemos la manzana en un sólo golpe de vista, porque siempre habrá una parte de ella que quede oculta a nuestra mirada. Lo mismo pasa con el resto de sentidos. Esta parte oculta de la manzana queda latente, la intuimos porque tenemos experiencia de ella por nuestras relaciones anteriores con las manzanas, pero pudiera ser que alguien hubiera cortado la parte de la manzana que no vemos y allí no hubiera una manzana sino media manzana. Además, la manzana tiene profundidad, tiene un dentro que no nos es directamente accesible. Tendríamos que cortar en finas capas la manzana para ir viéndola, pero, por muy finas que esas capas fuesen, siempre existirá una dimensión de profundidad que no nos sería plenamente accesible por los sentidos salvo que recurriéramos a un microscopio y, entonces, ya no veríamos la manzana sino partes microscópicas de la manzana. Toda realidad tiene una dimensión de profundidad. Los conceptos, el gran invento socrático, nos sirven para distinguir unas cosas de otras, unas realidades de otras, pero al mismo tiempo, al delimitarlas, las ponen en conexión entre sí. La teoría perspectivista busca la integración de perspectivas, la conexión entre las cosas porque la realidad siempre se ofrece de una forma perspectivada. Para Ortega “la inconexión es el aniquilamiento”. El mundo está interconectado. Ortega y Gasset presenta su filosofía como un ejercicio erótico de amor intellectualis, utilizando una expresión del filósofo Spinoza. La filosofía de Ortega y Gasset es, como dijo el poeta Antonio Machado al reseñar su libro, la filosofía del amor que busca la conexión de las cosas, su entrelazamiento, para la comprensión de la realidad. Ésta está ahí, pero sólo podemos conocerla desvelándola, quitando los velos que la cubren, que la ocultan. Éste es el concepto de verdad en la filosofía de la Antigua Grecia, alétheia: desvelar. 

Ortega y Gasset habla en las Meditaciones del Quijote de la “pedagogía de la alusión”. Afirma que quien quiera enseñarnos una verdad es mejor que no nos la diga directamente sino que nos ponga en el camino, en la senda, en la vía para que cada uno de nosotros lleguemos a ella por nuestros propios medios, por el avance de nuestro conocimiento. Tenemos que recorrer el camino. Éste es el verdadero methodus filosófico, la apertura de vías para llegar al fin, al buen puerto del conocimiento. La filo-sofía, el amor (filia) al saber (sophia), se inicia cuando cada persona es capaz de asombrarse de la maravilla que es el mundo (los griegos presentaban a la diosa Atenea, la diosa del conocimiento, con los ojos asombrados, ampliamente abiertos, de la lechuza) y, desde ese asombro o perplejidad, avanzar por sí mismo en el conocimiento de la realidad, desvelándola, para alcanzar la verdad. A esta pedagogía también la llamó Ortega y Gasset en otras ocasiones “pedagogía de la contaminación”, porque decía que lo más importante que el maestro tenía que transmitir al alumno, la filosofía, el amor al saber, no podía realmente enseñarse, sólo cabía contaminar al alumno con ese amor al saber mediante el ejemplo, mediante el entusiasmo que el maestro mostrase en su quehacer filosófico para que los estudiantes lo vieran y siguieran ese camino que el maestro abría.

Con Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset culminó su primera etapa filosófica de formación, en la que la influencia de la filosofía neokantiana, primero, y la fenomenología, después, fueron muy importantes, junto con otras muchas lecturas de la cultura occidental y especialmente de la literatura y pensamiento españoles de su tiempo. En Meditaciones hay un diálogo intenso, no siempre explícito, no sólo con Cervantes, como ya hemos visto, sino también con autores contemporáneos de Ortega y Gasset como Francisco Giner de los Ríos, Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu (a quien iban dedicadas), Pío Baroja y Azorín. Las Meditaciones fueron el primer gran fruto de una filosofía que acabaría convirtiéndose en una de las que con mayor profundidad intentaron en el siglo XX responder a las grandes preguntas metafísicas. Se conoce como la filosofía de la razón vital e histórica porque parte de la vida como realidad radical, desde la consciencia de que ésta es siempre histórica. “El hombre no tiene naturaleza... sino historia”, dijo mucho después. Podríamos matizar la frase y decir que “no tiene casi naturaleza” o, quizá con expresión más acertada, que siendo muy importante lo natural en el hombre, es mucho más importante la cultura, la historia acumulada por generaciones, porque el ser humano es siempre heredero de un pasado, al tiempo que construye su vida intentando seguir su vocación desde la biografía que ha ido previamente realizando. Las categorías de la razón vital e histórica aparecieron más tarde en la filosofía orteguiana dentro de libros como El tema de nuestro tiempo (1923), ¿Qué es filosofía? (un curso de 1929 que no se publicó hasta 1957 ya muerto Ortega), Ideas y creencias (1939), Historia como sistema (1941) o En torno a Galileo (1947). No es ahora el momento de entrar en ellas, pero podemos enunciar algunas (vida como libertad, vida como fatalidad, vida como quehacer, futurición, drama, creencias, generación, etc.) para indicar finalmente que desde ellas podemos pensar nuestro propio tiempo y afrontar los grandes retos que en todo el mundo tenemos delante. En nuestro acierto en la comprensión de la realidad está el éxito de nuestro futuro.

 

Javier Zamora Bonilla profesor de Historia de las Ideas en la Universidad Complutense de Madrid y uno de los más reconocidos expertos en la obra de José Ortega y Gasset, sobre la que ha publicado diversos ensayos, incluyendo una biografía en 2002. Acaba de publicar una síntesis de la vida y pensamiento del filósofo titulada Ortega y Gasset: la aventura de la verdad (2021). Coordinó el equipo de investigación y edición crítica de sus Obras completas en 10 volúmenes, que se publicaron entre 2004 y 2010, sumando casi 11.000 páginas. Ha sido director académico de la Fundación José Ortega y Gasset - Gregorio Marañón y durante muchos años director del Centro de Estudios Orteguianos de la citada Fundación.

 


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