Pedagogía a favor de España

 


 

He tenido la suerte de ser educado en el amor a mi tierra, a mi país, y no en el odio a otras naciones. Recuerdo siempre la frase de mi maestro Agustín Andreu: me permito amar a España porque amo a Francia, a Italia, a Alemania… Todas las naciones tienen algo admirable en su historia, en su cultura, en su paisaje, en su lengua, aunque todas tengan también eso que José Álvarez Junco ha llamado “un pasado sucio”, que, añado yo por mi cuenta, tenemos que conocer y asumir, sin necesidad de estar dándonos golpes de pecho por lo que hicieron nuestros antepasados, con los que no necesariamente hay que sentirse solidarios. ¿Quién en su sano juicio y buena inteligencia puede sentirse solidario de la Alemania nazi? Pero no podemos juzgar a la gran nación alemana sólo por eso, ni los alemanes pueden estar todo el tiempo reviviendo ese pasado y paralizados en él, de hecho no lo hacen y por eso han podido tener el desarrollo que han tenido. Suelo recordar también la frase de Antonio Cánovas del Castillo, quien dijo, creo que siendo presidente del Consejo y en sede parlamentaria, que es español el que no puede ser otra cosa, que yo traduzco como que hay que relativizar mucho el amor al propio país porque siempre hay otros países que pueden tener más encanto por su historia, por su cultura, por... Antonio Machado, en su Juan de Mairena, ironiza sobre aquel hombre al que Rute le parecía lo mejor del mundo y afirmaba que si volviese a nacer, elegiría sin ninguna duda Rute para tal acontecimiento. José Ortega y Gasset escribió en una ocasión distinguiendo entre nacional y nacionalista, que afirmaba no ser. Para él, ser nacional era amar las dos o tres docenas de cosas que en España están realmente bien, odiar todo lo demás, que está realmente mal, pero sentirse partícipe del conjunto.

En mi amor a España tengo siempre presente a Miguel de Unamuno, con el que pienso que hay que combinar en su justo medio el amor al campanario y el amor a la humanidad. En esto de los amores patrios, todo debiera ser muy relativo, quiero decir que se puede amar mucho a tu nación, pero ser consciente también de sus limitaciones y de sus muchos defectos, y luchar por corregirlos. Defender, en la línea del institucionismo de Francisco Giner de los Ríos, lo que Ortega llamó un patriotismo crítico. Para mí, España es sobre todo su paisaje, algunos nombres de su literatura y de su arte, su gastronomía y esos pueblos que conforman la intrahistoria, la cual se muestra sobre todo en el saber vivir de sus gentes, que se expresa de muy distintas maneras desde Portbou a La Restinga, desde Melilla a Finisterre. España es para mí también mi propia intrahistoria, mi vivencia de la nación a través de mi convivencia familiar y amistosa, de mi experiencia con el trato de sus gentes, y de mis lecturas y reflexiones. Todo esto me ha llevado a asociar España a unos valores, que evidentemente no son absolutos, y que imagino que no serán los mismos que otros vean en la nación, pero que sí serán compartidos por muchos, como puedo entender que son compartidos por muchas naciones. Al final, cada uno siente la nación a su manera desde su propia experiencia, y es fácil comprender que un catalán catalanista sienta Cataluña como su nación de la misma manera que yo puedo sentir España como la mía. María Zambrano ha escrito sobre estas cuestiones algunas páginas memorables en que vincula su amor a España con su amor a la humanidad.

Comparto con Ortega que el llamado problema catalán es, en su sustancia, sentimental: un número más o menos grande de catalanes siente Cataluña como su nación y piensa que tiene derecho a que se constituya en Estado porque entiende que esa nación es incompatible con la nación española, cuya existencia en muchos casos niega, de ahí que prefiera hablar del “Estado español” en vez de España. Este sentimiento es a lo que el filósofo llamó señerismo o apartismo: no sentirse parte del todo y querer vivir como todo aparte. Están en su derecho de sentir así los que así siente, de pensar así y de hacer política por vías legales para conseguir la plasmación de su sentimiento en una realidad política nueva, teniendo en cuenta que existen otros sentimientos igual de legítimos. El verdadero problema es que estos catalanes catalanistas y separatistas creen que ésta es la realidad, la única realidad, y no entienden que muchos españoles consideramos a Cataluña parte esencial e imprescindible de la nación española que es, por el momento, la única soberana en nuestra Constitución, y creen, además, que para conseguir su fin pueden saltarse el Estado de derecho. Las naciones son construcciones históricas, no existen por naturaleza sino que se han ido configurando a lo largo de la historia, principalmente de los últimos dos siglos y medio. Son realidades históricas, como todo lo humano, y, por tanto, cambiantes, aunque tampoco es fácil cambiarlas.

Mi gran oposición al catalanismo independentista es que no creo que sea el momento histórico de construir nuevas naciones-Estado en Europa sino de integrarnos en un gran proyecto común de Federación política europea, en la que poco a poco se irán diluyendo las soberanías políticas nacionales existentes en una soberanía única del pueblo europeo, que a lo mejor ya no tiene sentido llamar nacional. Hay que prescindir de los nacionalismos en política y construir esta Federación como conjunto de ciudadanos libres e iguales. Esto no significa que se tengan que perder las identidades, las cuales son también cambiantes e irán reconformándose con el tiempo. En este mundo global, las nacioncillas europeas pintan poco si no se unen en un gran proyecto que profundice en la unidad política de la Unión Europea, única manera de tener alguna presencia relevante en el mundo si queremos dialogar de igual a igual con Estados Unidos, Rusia, India, China...

Desde que el catalanismo político surgió en el siglo XIX y, sobre todo, desde que trasladó sus reivindicaciones políticas a “Madrid” con el “Memorial de greuges” y las “Bases de Manresa”, los gobiernos constitucionales han intentado siempre ofrecer a los representantes del catalanismo político soluciones materiales: instituciones propias, mayores competencias, mejor financiación, pero lo que nunca se ha intentado en serio es hacer pedagogía en Cataluña a favor de España, que lo sería también a favor de Cataluña, de una Cataluña no entendida evidentemente como la entienden los catalanistas separatistas. Una pedagogía a favor del sentimiento nacional español, tan legítimo como el sentimiento nacional catalán, que no tiene que ser el de la España católica a machamartillo de Menéndez Pelayo, sino que puede tomar como fundamento, como es mi caso, el de la España diversa y plural que tanto amaba Francisco Giner de los Ríos, y que no es incompatible con el sentimiento nacional catalán. A mí no me incomoda hablar de plurinacionalidad si no ponemos en cuestión la unidad de la soberanía española, y no porque crea que ésta es sacrosanta, sino porque pienso que es un error en este momento histórico, insisto, ir a una disgregación de los países europeos existentes porque eso complicaría en gran medida el funcionamiento ya de por sí complejo de la UE. No me parece tan complicado entender que hay naciones culturales sin Estado y naciones soberanas con Estado en las que pueden estar, y de hecho están, integradas diversas naciones culturales. En cualquier caso, yo prefiero hablar de soberanía popular, de una soberanía que componen ciudadanos libres e iguales. Pienso que hay que poner en cuestión el concepto de soberanía tal y como se ha entendido en la Edad Contemporánea, heredado, a través de Rousseau, del viejo concepto moderno de soberanía absoluta del monarca, con algunas de sus rémoras.

Cuando a Puigdemont no lo recibía en Madrid ni el rey, que no quiso recibirlo al ser nombrado president, en mi opinión equivocadamente, organicé en la Fundación José Ortega y Gasset - Gregorio Marañón, con mi añorada Carme Chacón, un encuentro titulado “¡Escolta Espanya, escucha Cataluña!, que inauguró Puigdemont, y que contó con una magnífica conferencia inaugural del historiador John Elliott. Buscábamos crear un espacio de diálogo, de entendimiento, de comprensión. La iniciativa murió enseguida no sólo por la deriva del catalanismo independentista sino también por la de la propia Fundación, pero el intento quedó ahí plasmado. Aunque no se llegaron a publicar las ponencias, casi todas recopiladas, por motivos que ahora no quiero remover, los vídeos sí están disponibles.

https://iuiog.com/seminarios/seminario-escolta-espana-escucha-cataluna/?2024-06-14_042225_8426.html

Espero que el nuevo Gobierno de Salvador Illa contribuya a hacer en Cataluña esta pedagogía de amor a España, que no es contraria al amor a Cataluña, para que los ciudadanos catalanes dentro de 5, 10, 15, 20 años se sientan mayoritariamente tan catalanes como españoles, tan españoles como catalanes. Una pedagogía que muestre lo mucho que nos une y lo mucho que nos interesa seguir juntos. Sería su mejor contribución a esa concordia que anuncian a bombo y platillo, y que es necesaria y conveniente. Esta pedagogía es lo que más temen los catalanistas independentistas. ¡A ello!


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