Los pilares de nuestra democracia

Apuntes para un futuro libro


                                                                Imagen: Daniel Ruiz Zurita



Las democracias resistirán si se apoyan sobre pilares fuertes. Tenemos que tener claro cuáles son estos fundamentos que sostienen nuestros regímenes políticos. El equilibrio dinámico que permite mantener la estructura es frágil e inseguro. Raymond Aron, Isaiah Berlin o Martha Nussbaum nos han ayudado a entenderlo y nos han avisado sobre los riesgos. Nuestras democracias han tardado en construirse, tal y como hoy las disfrutamos, más de dos siglos. No fue un camino fácil, estuvo lleno de idas y vueltas, de ganancias que se perdían y se tenían que recuperar, de tremendos pasos atrás como los totalitarismos del siglo XX. No fue un camino cierto ni el fin estaba predeterminado. Es una vereda que hay que seguir recorriendo, abriendo camino con las herramientas de la propia democracia, y algunas ideas claras. No podemos ser ingenuos y pensar que los derechos y libertades conseguidos estarán garantizados en el futuro. Se han vulnerado y se vulneran muchas veces. Se han destruido del todo en demasiadas ocasiones.

El politólogo Juan José Linz analizó de manera brillante la crisis del mundo de entreguerras, de aquel tiempo tan maravilloso como cambiante, tan lúcido como opaco, tan lleno de luces como de sombras que transcurrió entre las dos guerras mundiales. En su análisis, hay ideas importantes para entender qué paso, cómo pudo ocurrir que, en la Europa que contaba con una sociedad que se había beneficiado de la ilustración y de los derechos civiles y políticos, que había desarrollado de una manera asombrosa la ciencia y sus aplicaciones prácticas, que había impulsado unos regímenes políticos en los que la tolerancia era un valor esencial, se sucedieran algunas de las mayores barbaries de la historia. Las mejoras sustanciales en la educación, con una creciente alfabetización de los pueblos, y la consecución de libertades y derechos, que habían servido para construir una sociedad mejor, fueron insuficientes para formar estados que pudieran resolver los graves problemas con los que se enfrentaron aquellas décadas. La opulencia de los Felices Veinte convivió sin aparente contradicción con las pésimas condiciones de vida que sufrían los obreros en los suburbios industriales y los campesinos en unas tierras cuya explotación se transformaba aceleradamente, dejando a muchos de ellos en el desamparo. Los totalitarismos aprovecharon la tibieza de la democracia en dar respuestas a estos y otros muchos problemas, agravados por las consecuencias –no sólo económicas, como señaló Keynes, sino también políticas– de la Primera Guerra Mundial, para construir un discurso que agitaba violentamente los pilares de una democracia que parecía triunfante en el París de los tratados de 1919. Bolcheviques, fascistas y otras ideologías dictatoriales destruyeron aquella democracia que, en realidad, comenzaba a fraguarse en la mayoría de los países europeos. Resistieron muy pocos. Nosotros sabemos adónde llevaron los programas políticos de los dictadores, conocemos bien las catástrofes que produjeron. Linz insiste en dos ideas que fueron claves: primero, la cultura política institucional de valores democráticos que permitió resistir a unos países mejor que a otros los embates de las ideas totalitarias y evitaron que las democracias quebraran, y, segundo, la existencia de modelos alternativos que ofrecían soluciones simplificadas para los graves y, a veces, nuevos problemas que sufrían las sociedades de aquella época, y cuyo discurso –hoy diríamos “relato”– caló en grandes capas de la población. No fue sólo una cuestión de unos cuantos líderes impregnados por las retóricas de las ideologías dictatoriales y totalitarias sino de mucha gente que participó de las mismas, aunque el liderazgo fue importante. Bien lo sabía Lenin cuando convirtió la sección bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en la vanguardia del proletariado. Bien lo sabía Mussolini cuando se hizo con el control de los Fasci di combattimento. La cultura política democrática no es algo que se pueda gestar de la noche a la mañana, cuesta decenios que cuaje y, en cambio, es sencillo demolerla. ¡Cuidado!

Tras la caída del Muro de Berlín y la descomposición de la URSS, y a pesar de que China estaba ahí con su crecimiento económico, se pensó que era difícil que pudieran surgir modelos alternativos triunfantes a la democracia, y que ésta podría extenderse por todo el Mundo. La ola de democratizaciones que se había iniciado años antes con la Revolución portuguesa de los claveles parecía demostrar la veracidad de esta idea, pero países como Rusia y algunas exrepúblicas soviéticas no siguieron ese camino o lo frenaron en seco al poco de iniciarlo, como también pasó en otras partes del Mundo. La República Popular China, alejada del maoísmo aunque mantuviese una retórica deferencial al líder de la revolución, continuó con la denominada vía china al socialismo, la cual se convirtió de manera progresiva en un exitoso capitalismo relativamente abierto en lo económico pero muy cerrado en lo político y controlado, en todo caso, por la nomenklatura del Partido Comunista. La apertura del presidente Hu Jintao puso bases sólidas para el crecimiento, que ha continuado el presidente Xi Jinping introduciendo reformas de aire menos liberalizador.

Durante el último decenio, ha renacido en Occidente un discurso antiliberal con populismos de derecha e izquierda, distantes en sus propuestas y fines, pero afines en su concepción antiliberal de la supuesta democracia que defienden, que no es la “nuestra” porque vulnera de forma rotunda sus pilares o fundamentos, los cuales son:

1.– La filosofía del liberalismo que implica: a) la concepción de que cualquier persona tiene unos derechos y libertades fundamentales (vida, pensamiento, conciencia, expresión, seguridad jurídica y física, honor, intimidad, inviolabilidad del domicilio y la correspondencia, juicio justo, etc.) que nadie puede quebrantar, sólo los poderes públicos podrían suspenderlos en determinadas situaciones previstas en la legislación; b) entre estos derechos está el de participación política; c) la división de poderes como garantía de que ninguno de ellos (ejecutivo, legislativo y judicial) podrá imponerse a los otros y así se salvaguarda d) el Estado de derecho, que implica el imperio de la ley; e) el libre mercado que garantiza el disfrute de la propiedad privada y las libertades de trabajo y empresa; y f) el Parlamento como institución en que se representa la soberanía y, por tanto, los diferentes intereses existentes en una sociedad, lo que supone la necesidad de diálogo entre las distintas fuerzas políticas y la conveniencia de alcanzar consensos para gobernar, respetando el juego cambiante de mayorías y minorías, y velando siempre por el respecto de los derechos de éstas.

2.– La filosofía de la democracia que se traduce en el derecho a la participación política de todo ciudadano en la vida pública, tanto para ser elegido como para ser elector y para poder influir en las decisiones de los poderes públicos siguiendo los cauces legales. Es un aspecto que, sin duda, requiere repensarse a la luz del mundo globalizado en que vivimos y que hace necesarias dinámicas que faciliten la integración de colectivos no nacionales y nuevas fórmulas de deliberación y participación que permitan a los ciudadanos involucrarse en la elaboración de las políticas y las decisiones públicas cuanto estimen oportuno, siempre dentro de la ley y sin construir supuestas legitimidades alternativas en disputa.  

3.– La concepción social de la democracia que permitió desde finales del siglo XIX resolver, primero mínimamente y luego de forma mucho más efectiva tras la Segunda Guerra Mundial, la controversia entre libertad e igualdad. Los derechos sociales, culturales y ecológicos permiten que se puedan garantizar unas condiciones mínimas de vida que suponen el acceso a la educación, a la sanidad, a distintos seguros en situaciones de inseguridad, al disfrute de la cultura, del patrimonio histórico y del medioambiente de forma sostenible. Estos derechos hacen necesario un sistema impositivo progresivo y justo que permita financiar un Estado benefactor.  

Los pilares de la democracia son robustos si hay una cultura política que los defienda y mantenga, si hay ciudadanos y políticos que los sostengan con su inteligencia y esfuerzo, pero son frágiles si dejamos que los populismos antiliberales y antidemocráticos los vayan corrompiendo con la carcoma de su ideología, la cual, en odres nuevos, retoma ideas viejas de los totalitarismos del siglo XX.

 

Javier Zamora Bonilla

Profesor de Historia del pensamiento político en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, donde dirige el Máster de Teoría política y cultura democrática.

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