Morante en el Olimpo del toreo
Ligerito se llamaba,
Negro de Domingo Hernández.
Entregó sus embestidas,
francas desde el primer pase,
A un percal de vuelta verde
que mecía José Morante,
El de La Puebla del Río,
Que ya era de los más grandes,
Pero hoy pisó el Paraíso
De los toreros de arte.
Los timbales preludiaban
Que esta tarde de calor
Tenía que ser de triunfo,
De aplausos y de emoción.
¡Qué forma de torear!
¡Qué manera de embestir!
Lo recibe por faroles,
Alegres como en la Feria.
Para al toro recogiéndolo
Con la pierna genuflexa
Y gira sobre sí mismo
El capote que maneja
Con la suavidad del sastre
Al coser las entretelas.
Verónicas muy ceñidas
A la barriga adornada
Con un terno en azabache
De resonancias gallescas
Y remembrazas de un mar
Azul verdoso ondulante.
Las verónicas son lentas,
Como de Curro Romero,
Despaciosas, casi eternas,
Profundas, como de Paula.
Con la pata por delante
Se lo saca hasta los medios
Para lucir su trapío
De toro de gran encaste,
Con pitones astifinos, oscuros
Cual su pelaje,
Sobre una mazorca blanca
Que le ilumina la cara
Como da luz a la noche
La luna llena y peinada.
Una media de remate.
Y de regalo otra media
Apuntada en su comienzo,
Rematada en revolera,
Grácil y airosa,
Para culminar la tanda
De un saludo que preludia
Triunfo enorme en La Maestranza.
Suena la música,
Que no ha sido siempre presta
Al sonsón del cigarrero.
El aroma de azahar
impregna toda la plaza.
Lo trajo el Guadalquivir
Que se lo llevó a Doñana
Al correr la primavera,
este año tan temprana.
Costillares dio el aviso
A los toreros del Hades.
Caronte puso la barca
Para retornar al mundo
De los vivos por un rato
Y así que todos pudieran
Ver al maestro triunfante.
Cúchares fue el primero
En poner sus posaderas
sobre un banco de maestrantes.
Lo siguieron Pepe-hillo,
Pedro Romero y Paquiro,
El Chiclanero y Frascuelo.
Cagancho quiso su sitio.
El divino calvo y
Su hermano Joselito,
Como gallos de pelea,
Consultaron a otro Ortega,
Profesor de Metafísica,
Qué metáfora emplear
Para definir aquello
Que sus ojos admiraban
Y no sabían narrar.
Los califas cordobeses
Del otro lao de la Estigia
Rindieron su pleitesía
A un torero de Sevilla.
Allí estaban Lagartijo,
Guerrita y Machaquito,
Y Manolete, que dijo
A Juan Belmonte:
Este no es como el Islero,
No veo en sus ojos la muerte.
Chicuelo quiso sentarse.
Domingo Ortega, también.
Pepe Luis daba las palmas
Que doblaba Luis Miguel,
Bienvenida hizo lo propio.
Antonio Ordóñez miró
De reojo a Manzanares,
Que tan joven se marchó.
Los Arruza desde México
Mandaron flores y vivas.
E Ignacio Sánchez Mejías
Rotundo y consciente dijo:
Que ya hay príncipe en Sevilla
Que comparárseme pueda.
Verónicas muy rotundas,
De manos bajas y firmes
Para llevarlo al caballo.
Puyazo sin más resalte.
Se echa el capote a la espalda.
Torea por tafalleras,
Cogiendo al toro delante,
Y se lo lleva embebido
Hasta el final, y remate
con los vuelos de la capa.
Entra otra vez al caballo.
Gaoneras que me parecen
verónicas por la espalda,
Tan ceñidas como el beso
De una novia enamorada.
Pasaron las banderillas
Raudas y sin mucha gracia.
La muleta entre sus manos
Tiene el maestro, y con ganas
Se encamina ya hacia al toro.
La alegría va en su cara.
Con ayudados por alto
Lo saca hasta el mismo centro,
Donde la boca de riego
Que es donde lucen los bravos.
Faena de manos bajas.
Derechazos que dirigen
Al toro sobre el albero.
Una embestida encastada,
Que roza la taleguilla,
Con dos imponentes astas
Que tornan algo veletas
Pero con noble mirada
De las tierras salmantinas
Donde la ganadería pasta.
Naturales prolongados
Lo conducen muy despacio,
Con templanza, con finura,
Humillado e inclinado
Sobre el vuelo de la panza.
Cambio de mano que lleva
Al delirio de la plaza.
El runrún de los tendidos
Se transforma en ilusión,
Que se confirma en certeza
A cada tanda que pasa.
Una remata el de pecho,
Otra, un molinete raudo
Y un adorno por la espalda.
Todo con arte enjundioso,
Y mucha verdad torera.
Clásico y original. De históricas
Alusiones y de inspiración
Romántica.
Al volapié la estocada.
Precisa y bien certera,
Eficaz entra la espada.
El toro cae en el suelo
Entre sangre derramada.
Griterío y pañuelos ondeantes
En los palcos de la plaza.
Fiesta grande y alborozo.
Palmas, abrazos, miradas
De complicidad entre el público
Que sabe que está viviendo
Una cumbre inolvidable,
Una tarde engalanada
Por la gracia de un torero
Reconocido en su casa.
Todos piden los trofeos.
El presidente concede
Las dos orejas y el rabo.
Tres pañuelos en el palco,
Blancos como la Esperanza,
Que camina por el puente
Caminito de Triana.
Pañuelo azul para el toro.
Mulillas rodean el ruedo
Con pausa y con señorío.
Entusiasmo en los tendidos
Cuando el torero recibe
El premio a su gran labranza,
Dibujo de una pintura
Con muleta por pincel
Al viento de la Giralda.
Aficionados al ruedo
Para sacarlo en volandas
Por la Puerta de la Gloria
Que del Príncipe le llaman.
¡Torero!, grita la gente,
Que se arrebola en la calle.
¡Toreo!, ¡torero!, ¡torero!
Ya le hacen reverencias.
Ya le cantan sus plegarias
Al nuevo dios del Olimpo,
Monte de la tauromaquia.
Hasta el Colón se lo llevan
En hombros y apretujados
Para dejarlo que sueñe
Lo que ha vivido en el ruedo,
Lo que ha gozado en el alma,
Que no hay ensueño que pueda
Imitar la realidad de lo visto
En la Maestranza
Muy bueno...enhorabuena
ResponderEliminarmuy bonito
ResponderEliminarMaravilloso comentario
ResponderEliminar