Discurso de presentación de la traducción al letón de La rebelión de las masas

 




Palabras de presentación de la traducción al letón de La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset

Riga, 24-XI-2023

 

Excelentísimo Sr. embajador de España en Letonia, Sr. D. Manuel Alhama Orenes.

Excelentísima Sra. embajadora de Letonia, Sra. Argita Daudze.

Estimados representantes de la Universidad de Letonia y de la editorial de la Universidad de Letonia, profesor vicerrector Valdis Seglins, profesora Maija Küle, Sra. Ieva Zarane

Estimada traductora Signe Sirma.

 

Quiero, en primer lugar, agradecer a la embajadora Argita Daudze que haya promovido la traducción al letón de La rebelión de las masas, la obra más famosa del filósofo español José Ortega y Gasset, y que me invitase a ponerle un prólogo. Recuerdo con mucho cariño las veces que me convocó a hablar sobre Ortega en la Embajada de Letonia en Madrid, y nuestras conversaciones sobre el filósofo y sobre la marcha del mundo.

También quiero agradecer a la Embajada de España en Riga y, en concreto, a su embajador Sr. D. Manuel Alhama Orenes, y a la Universidad de Letonia la organización de la presentación de este libro y que me hayan invitado a participar en ella.

Asimismo quiero agradecer a Signe Sirma la traducción de la obra de Ortega y de mi prólogo, y su ayuda ahora para presentarles este texto. Recuerdo muy gratamente nuestro encuentro en una cafetería de la Plaza Mayor de San Lorenzo del Escorial --pueblo de la Sierra madrileña tan querido por Ortega, con su monasterio-palacio de los reyes de España, en el que el filósofo pasó tanto tiempo desde su infancia-- para precisar durante varias horas algunas cuestiones de la traducción. Fue muy enriquecedor y divertido.

Es la primera vez que estoy en Letonia, y espero que no sea la última. Para un español del otro confín de Europa, de un “arrabal de Europa” decía Ortega para referirse a España, la palabra “Letonia” suena a lejano, suena a frontera de nuestro --y quiero resaltar lo de nuestro-- mundo, a frontera con otros mundos, como España lo es también. Ustedes saben mucho de fronteras porque han tenido que pelear por ellas durante su historia. Soy politólogo de formación y dirijo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid un Máster de Teoría política y cultura democrática, por lo que Letonia no era para mí del todo desconocida. Nombres como Isaiah Berlin y Judith Shklar son parte de mi formación intelectual y de mi convicción de que la democracia liberal, con todos sus defectos, es el mejor régimen político que hemos conseguido darnos los seres humanos para vivir en este mundo que a veces resulta inhóspito, pero que también es entrañable, es, en cualquier caso, el que tenemos y en él tenemos que hacer nuestra vida --esto es muy orteguiano-- e intentar mejorarlo. Isaiah Berlin y Judith Shklar nos han enseñado a ver la necesidad de defender activamente los valores fundamentales de la democracia liberal.

 

* * *

Esta idea sobre la democracia liberal y la necesidad de su defensa activa, me permiten enlazar con el libro de José Ortega y Gasset que hoy nos trae aquí, La rebelión de las masas, en el que el filósofo español afirma:

 

“la democracia liberal fundada en la creación técnica es el tipo superior de vida pública hasta ahora conocido; (…) ese tipo de vida no será el mejor imaginable, pero el que imaginemos mejor tendrá que conservar lo esencial de aquellos principios; (…) es suicida todo retorno a formas de vida inferiores a la del siglo XIX” (IV, 403).

 

Y añade más adelante:

 

“Se habla mal del Parlamento en todas partes; pero no se ve que en ninguna de las que cuentan se intente su sustitución, ni siquiera que existan perfiles utópicos de otras formas de Estado que, al menos idealmente, parezcan preferibles. No hay, pues, que creer mucho en la autenticidad de este aparente desprestigio. No son las instituciones, en cuanto instrumentos de vida pública, las que marchan mal en Europa, sino las tareas en que emplearlas. Faltan programas de tamaño congruente con las dimensiones efectivas que la vida ha llegado a tener dentro de cada individuo europeo. (…) Más valía recordar que jamás institución ninguna ha creado en la historia Estados más formidables, más eficientes que los Estados parlamentarios del siglo XIX. El hecho es tan indiscutible que olvidarlo demuestra franca estupidez. No se confunda, pues, la posibilidad y la urgencia de reformar profundamente las Asambleas legislativas, para hacerlas «aún más» eficaces, con declarar su inutilidad” (IV, 469-470).

 

Son palabras escritas y publicadas en un periódico madrileño en 1929. Faltaban unos años para la llegada de Hitler al poder y para, de este trágico modo, que se alcanzase el auge de los totalitarismos que mancharon de sangre toda Europa. Ya estaban en el poder Mussolini y Stalin. Cuando Ortega y Gasset publicó La rebelión de las masas como libro en 1930, era, junto a Miguel de Unamuno, el intelectual más prestigioso de España. También era muy conocido en Iberoamérica porque desde 1923 publicaba regularmente en el diario argentino La Nación. En este periódico y en el diario madrileño El Sol se había publicado en varias series de artículos el grueso de La rebelión de las masas. Era frecuente que Ortega y Gasset diera a conocer sus libros en artículos de prensa antes de que se editasen como tales libros. Los primeros artículos que compusieron La rebelión de las masas se publicaron en 1927. Ortega era consciente de que había que hacer filosofía en la plazuela pública que es el periódico, porque había que llegar a un gran público, no sólo a los universitarios de su cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid.

Podemos preguntarnos ¿por qué leer un libro que tiene casi 100 años? La respuesta es sencilla: Ortega supo analizar el fenómeno de la sociedad de masas que estaba desarrollándose en su época, tan diferente de la de unos decenios atrás, y ver que aparecía un nuevo tipo de ser humano al que denominó “hombre-masa”, y entrevió los riesgos que este tipo de ser humano podía suponer para nuestra civilización.

En 1914, en su libro Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset había propuesto una cultura europea integral que aunase la cultura conceptual del norte europeo, a la que llamaba cultura de las profundidades --se había formado en varias universidades alemanas entre 1905 y 1911-- con la cultura de las sensaciones, de las sensibilidades, más epidérmica, del Mediterráneo.

El fenómeno del “hombre-masa” que Ortega analiza en el libro que aquí nos convoca es incomprensible si no hacemos referencia al polo opuesto de la sociedad, a la que llama “minoría selecta” o “aristocracia del espíritu”. Ortega ya había analizado la sociedad de masas en su obra España invertebrada de 1922. Allí afirmó que toda sociedad es un factor dinámico entre una masa y una minoría selecta que orienta y conduce a la sociedad en los grandes temas: religión, arte, ciencia, política, etc. Para el pensador español, toda sociedad es, se quiera o no, “aristocrática”, en el sentido de que en toda sociedad, en todo grupo humano, existe una aristocracia, no necesariamente y no convenientemente de sangre sino del espíritu, de la inteligencia, y una masa. El problema que el filósofo analiza en La rebelión de las masas es cuando la masa, como en su opinión estaba pasando en su época, no se dejaba orientar por la minoría selecta o ésta, como también pensaba que sucedía, había dejado de idear nuevos valores, principios e instituciones con los que guiar a la sociedad.

El gran problema de su tiempo era, según el filósofo español, el “advenimiento de las masas al pleno poderío social” (IV, 375) o “la rebelión de las masas”, su indocilidad. Antes, la mayoría de las personas se dejaban orientar en temas como el arte, la ciencia, etc., porque pensaban que había gente que sabía más de ellos, pero en una época de rebelión de las masas eso no sucedía, todo el mundo quería imponer su criterio por inmeditado que fuese. Se había producido el surgimiento de un nuevo tipo de hombre, el “hombre-masa”, fruto del siglo XIX, nacido de las condiciones que había propiciado la democracia liberal, que el filósofo defendía, y del desarrollo científico y de la técnica consecuente que había permitido unas mejoras sustanciales de las condiciones de vida, algo que, evidentemente, Ortega y Gasset también defendía. Lo que le preocupaba eran las consecuencias indeseadas de estos dos factores. El hombre-masa, según el filósofo, combina en sí “dos formas puras”: “la masa normal y el auténtico noble o esforzado” (IV, 413). Según el filósofo, para detectar este tipo de hombre --y en esto se separa del francés Gustave Le Bon que había escrito sobre la psicología de las masas-- no hace falta verlo actuar dentro de la masa, sino que es un hecho psicológico. El hombre-masa que se ha rebelado es un “tipo de hombre hecho deprisa, montado nada más que sobre unas cuantas abstracciones” (IV, 356), es decir, que no ha pensado por sí mismo en las cosas que cree, que defiende, que desea. Es un hombre “vaciado de su historia, sin entrañas de pasado” (IV, 356). Y esto es uno de los grandes problemas en su comportamiento, porque no es consciente de que todo lo que disfruta --los derechos y libertades de la democracia liberal, los avances de la medicina, transportes, vivienda, etc.-- es fruto de un acumulado de desarrollos históricos que ha costado mucho conseguir y consolidar, y que pueden perderse si no se cuidan. Ortega y Gasset dice que el hombre-masa es como un “Naturmensch”, un bárbaro, que ha sido soltado en medio de la civilización en la que disfruta de una “omnímoda facilidad material” (IV, 405) en comparación de cómo se vivía pocos años atrás. El hombre-masa “es sólo un caparazón de hombre constituido por meros idola fiori; carece de un dentro”, por eso es “dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales»” (IV, 356).

Acostumbrado a tener derechos sin haber luchado por ellos, pues en muchos casos le han sido otorgados por herencia, el hombre-masa “tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga --sine nobilitate--, snob” (IV, 357). Por eso reclama constantemente, quiere satisfacer sus deseos de forma inmediata, tiene la “psicología del niño mimado” (IV, 408) que todo lo quiere, pero que no lo valora, y cuando lo consigue, inmediatamente está pensando en el deseo siguiente sin querer esforzarse para conseguirlo porque piensa que todo se le debe. Es radicalmente ingrato a “cuanto ha hecho posible su existencia” (IV, 408). Aquí Ortega y Gasset distingue claramente la lucha obrera por los derechos sociales y políticos del “pequeño burgués”, del “señorito satisfecho” (IV, 434), que no se ha esforzado por conseguir lo que tiene.

El hombre-masa “no tiene auténtico quehacer” (IV, 357), y por eso “carece de proyecto y va la deriva” (IV, 402). No tiene auténtica vocación, sino que va impulsado por las modas de cada momento, por lo que quiere la gente. Se siente a gusto “pensando” --opinando-- como los demás, sintiéndose como todo el mundo. La masa desprecia al diferente e intenta anularlo. El hombre-masa es “hermético” (IV, 365), no admite instancias superiores, no está abierto a la verdad porque cree que tiene razón, y no piensa que necesite confrontar razones ni dar las suyas, sino que intenta imponer sus inmeditados criterios. “Lo característico del momento --escribe el filósofo-- es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera (...). La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto” (IV, 380). Por esto, el hombre-masa odia la democracia liberal; en ella hay que contar con el otro, con el que piensa diferente, con el que tiene otras ideas. La indocilidad política y moral del hombre-masa, que no admite criterios superiores a los suyos, sobre los que nunca ha reflexionado, le lleva a defender una “hiperdemocracia” (IV, 379), es decir, la imposición del criterio mayoritario en todo. De ahí que se sienta inclinado a movimientos totalitarios que supuestamente dicen representar al común: el pueblo o la nación. Para Ortega y Gasset, el bolchevismo y el fascismo son movimientos típicos de hombres-masa y sus líderes, típicos representantes de hombres-masa que quieren imponerse por la acción directa y la violencia, renunciado a los modos parlamentarios y al respeto a los derechos y libertades fundamentales.

“Si este tipo humano sigue dueño de Europa --escribe Ortega y Gasset-- y es definitivamente quien decide, bastarán treinta años para que nuestro continente retroceda a la barbarie” (IV, 403-404). Los campos nazis de concentración y exterminio y los gulags soviéticos son una perfecta y lamentable muestra de esta barbarie contra la que nos previno el filósofo. Afortunadamente hemos sido capaces de superar dicha barbarie, y la premonición orteguiana no se ha cumplido, o se cumplió sólo parcial y temporalmente.

El otro polo de la sociedad son las minorías selectas. Para Ortega y Gasset, “las minorías son individuos o grupos de individuos especialmente cualificados” (IV, 377). La verdadera nobleza es la de la areté, virtud o excelencia en griego, no la de la herencia. Ortega y Gasset propone promover una aristo-cracia --gobierno de los virtuosos, pero gobierno social, no político-- del espíritu, de la inteligencia. El hombre egregio es para Ortega y Gasset quien siempre se está esforzando por mejorarse, por entender el mundo en el que vive y, desde esa comprensión, actuar en él, desde la convicción de que la razón no siempre está en un único lado. Para conocer la realidad, como el filósofo expuso en otros de sus libros, hay que sumar perspectivas, porque el ser humano nunca puede tener una perspectiva absoluta de la realidad, su conocimiento es necesariamente limitado y parcial. El hombre egregio es consciente de esto y actúa en consecuencia. Las masas actúan como si estuvieran en posesión de la verdad.

Las minorías selectas de entreguerras habían dejado de cumplir su función, según el filósofo. Ya en 1927, Julien Benda había hablado de La trahision des clercs, de los intelectuales, que se habían comportado como hombres sectarios, de partido o de iglesia, y no habían analizado la realidad con criterio veraz y objetivo, ni habían ideado un futuro mejor. El mundo, escribe Ortega y Gasset, aparece “vaciado de proyectos, anticipaciones e ideales” porque “nadie se preocupó de prevenirlos” (IV, 399).

Ortega se esforzó mucho desde su juventud para formar esas minorías selectas que pensaba que necesitaba Europa y, especialmente, España. Un ejemplo de las muchas iniciativas que promovió es la famosa Revista de Occidente, que nació justo hace un siglo, en 1923. Al año siguiente fundó una editorial con el mismo nombre. Con ambas, Ortega presentó a los lectores españoles y americanos por dónde iba el nuevo mundo que se estaba construyendo. En sus páginas publicaron los mejores científicos, filósofos, poetas, novelistas, artistas de su tiempo. Sólo doy algunos nombres: Albert Einstein, Hermann Weyl, Werner Heisenberg, Sigmund Freud, Edmund Husserl, Bertrand Russell, Paul Valéry, Bernard Shaw, Stefan Zweig, Joseph Conrad, William Faulkner, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Victoria Ocampo, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges.

La otra gran idea de La rebelión de las masas es la propuesta que hace Ortega para que se constituya una federación política europea, unos Estados Unidos de Europa, que serían el mejor antídoto contra los planes quinquenales de Stalin y contra el fascismo. Teniendo en cuenta que Ortega y Gasset pensaba que Europa se había ido construyendo sobre la idea de la libertad, la unidad política de Europa debía ser también un freno ante una posible invasión china o una sacudida del gran magma islámico, pero el filósofo temía que Europa no se hiciera consciente de la necesidad de su unión hasta que esta sacudida se produjese o apareciese “la coleta de un chino” por los Urales (IV, 355). Los Estados Unidos de Europa eran también un proyecto frente a la desmoralización del Viejo Continente, ante la estrechez de las naciones europeas. Hacía falta una nueva moral, nuevas costumbres, y para eso era necesaria una nueva filosofía que el propio Ortega y Gasset estaba construyendo, la filosofía de la razón vital e histórica. Europa necesitaba unirse para prosperar, y no sólo en términos económicos, que también, como señala el pensador español, sino en términos políticos. Ortega y Gasset pensaba que ya existía una opinión pública europea y, en consecuencia, un poder público europeo, que era el balance of powers, el equilibrio de poderes entre los distintos estados, que tenía que transformarse en una federación política, la cual tenía que apoyarse sobre los pilares de la democracia liberal.

Fue una idea que siguió defendiendo toda su vida. Algunas de sus últimas conferencias en los años 40 y 50 tuvieron esta intención. La más famosa fue la que pronunció en la Frei Universität de Berlín en septiembre de 1949, que tituló De Europa meditatio quaedam. Meditación de Europa.

También podemos preguntarnos ¿por qué necesitamos leer a Ortega, teniendo en cuenta que otros autores han escrito sobre el tema de las masas?

La obra de Ortega se convirtió en un best-seller en Alemania y Estados Unidos, tras traducirse inmediatamente. Se tradujo enseguida a muchos otros idiomas. Es una de las obras españolas más traducidas en el mundo. Me siento orgullo de haber contribuido algo a ello, con la traducción que hoy presentamos aquí y con la que se publicó en chino en 2021, gracias al profesor Zhang Weijie y a la editora de español de la editorial The Commercial Press, de Beijing, Yang Xiaoming.

Antes de Ortega, muchos autores habían reflexionado sobre “las masas”. El surgimiento de la “sociedad de masas” a finales del siglo XIX en Europa y algunos países americanos como Estados Unidos y Argentina hizo que el tema se tratase aún más. El francés Gustave Le Bon analizó La psychologie des foules en un libro publicado en 1895, que sin duda tuvo una notable influencia en la época y que es seguro que Ortega y Gasset leyó para su análisis del “hombre-masa”. Le Bon presenta las masas como agrupaciones de individuos que se transformaban en un “alma colectiva”, aunque transitoria, capaz de lo mejor y de lo peor, de la violencia extrema y de la heroicidad, pero siempre tendente a los extremos, que actúan impulsivamente y de forma inconsciente e irracional. El individuo inmerso en la masa pierde su personalidad y se entrega a la mediocridad, actúa como todo el mundo, sobre la base de unas creencias comunes, incuestionadas. La capacidad de contagio de la masa es enorme, así como su credulidad, hasta el punto de que el individuo inmerso en una masa actúa de forma contraria a sus propios criterios y como hipnotizado, de forma autómata. Las masas se caracterizan, según el autor francés, por su “impulsividad, irritabilidad, incapacidad de razonar, ausencia de juicio y espíritu crítico, exageración de los sentimientos”, así como por la facilidad con que sus opiniones cambian y la imperiosidad y frenesí con que quieren conseguir lo que exigen sus deseos. Le Bon también analiza el liderazgo que movía a estas masas.

También se introdujo en el tema Sigmund Freud con su obra de 1921 titulada Massen Psychologie und Ich-Analyse, que Ortega y Gasset también debió leer u hojear, pues había abandonado sus lecturas de Freud tiempo atrás. Freud debatía con y contra la obra de Le Bon, pero compartía con él la visión de que las masas tienen un comportamiento irracional, impulsivo e inconsciente, aunque no en el sentido técnico con que él emplea esta palabra en el psicoanálisis. Otros muchos autores de la época, cuyas obras Ortega y Gasset conocía por lo menos de referencias indirectas, escribieron asimismo del tema: Gabriel Tarde en su libro L’Opinion et la foule, de 1901; Johannes M. Verweyen en Der Edelmensch und seine Werte, de 1919 --ambos conservados en la biblioteca de Ortega y Gasset--; los teóricos de las élites Caetano Mosca, Vilfredo Pareto y Robert Michels; el sociólogo Max Weber y el filósofo Friedrich Nietzsche, cuyas ideas sobre la moral del amo y del esclavo y su teoría del “superhombre” Ortega y Gasset conocía bien, aunque hubiera abandonado la lectura de este autor, pasado el fervor con que lo leyó a los veinte años. El tema se siguió tratando años después por autores como Elias Canetti en su libro Masa y Poder, de 1960, que también insistía en el aspecto psicológico del comportamiento de las masas, y el liderazgo que sobre ellas ejercen los líderes políticos para conseguir el poder.

¿Qué diferencia a Ortega de estos análisis con los que en muchos casos coincide? Lo más importante es que el filósofo español analiza la sociedad de masas también como un hecho positivo, como una subida del nivel de vida, del nivel histórico. “Las posibilidades de gozar --escribe-- han aumentado en lo que va de siglo de una manera fantástica” (IV, 396). Esto, claro, le parecía muy bien. Mucha más gente podía disponer de facilidades y comodidades que antes no tenían las clases medias y obreras, de mejor formación, de mayores salarios, de mayor seguridad en el trabajo, de mejores alimentos, de viviendas más dignas, de ciudades más saludables, de tiempo libre para disfrutar de los nuevos entretenimientos que ofrecía el sector terciario, de mejores medicinas y de vacunas, etc., etc., etc.

Por otro lado, Ortega insiste en que la división que establece entre masa y minoría selecta no es una división de clases sociales, y mucho menos de castas, porque la condición por la que cada persona forma parte de un grupo u otro no depende de la herencia ni de la condición social, sino fundamentalmente de la actitud individual ante la vida, de si uno se esfuerza o no para ser mejor, para tener criterio propio, o se abandona a lo que dice y hace la gente, y se comporta como todo el mundo. En las clases altas de toda sociedad, hay también hombres y mujeres masa. Y entre las clases bajas, por muy pobres que sean, asimismo pueden surgir sujetos que sean una minoría selecta. Si la sociedad funciona bien, está sana, dice Ortega con metáfora médica, lo normal es que en las clases altas haya más personas que formen una minoría selecta, pero precisamente uno de los problemas de su tiempo, según el filósofo, era que en las clases altas predominaban los hombres y mujeres masa, que no se esforzaban en mejorarse y tener criterio propio. Los dos ejemplos que Ortega y Gasset pone de hombres-masa son el hombre medio o “pequeño burgués” y el sabio-científico, especialista en una porciúncula del saber pero que se comporta como hombre-masa en el resto de cosas de un mundo que ignora.

Las ideas que he expuesto de La rebelión de las masas hay que entenderlas en el contexto de la filosofía de la razón vital e histórica que Ortega estaba desarrollando al mismo tiempo, y que, dicho con muy breves palabras --porque mi tiempo ya se ha agotado-- es una filosofía que pone la vida, la vida de cada uno de nosotros, en el centro del pensamiento para la comprensión de lo humano, que siempre tiene que hacerse desde una perspectiva histórica. Según el filósofo, la razón pura del idealismo europeo --la de Descartes, Kant, Hegel--, era insuficiente para comprender lo humano, que no es sólo conciencia pura sino un vivir que se va haciendo y rehaciendo desde un pasado que intenta comprender para actuar en el presente, y que siempre está volcado al futuro. La filosofía de Ortega, como la de todo buen clásico, nos ayuda a entender su tiempo, el pasado, pero también nos da ideas para entender el nuestro, que está tan necesitado de una filosofía de la razón vital e histórica que intente comprender a este ser humano del que Ortega dijo en este libro que era una “fiera con veleidades de arcángel” (IV, 521).


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