Legislatura agotada
El TC puede evitarnos un ridículo y un gran problema
Aunque la legislatura dure hasta el final, hasta 2027, ya
está agotada por la dificultad de sacar adelante unos presupuestos y las
principales políticas que proponga el Gobierno. El presidente del Gobierno,
según la competencia que le otorga la Constitución, podrá proponer al rey la
disolución de las Cortes cuando lo estime oportuno, tras la deliberación del
Consejo de ministras y ministros, pero, en el fondo, sabe que la legislatura ya
está agotada.
Llevamos dos años con presupuestos prorrogados y sin presentar
una propuesta de nuevos presupuestos al Congreso, incumpliendo así la
Constitución, y no parece fácil que este año vaya a haber una propuesta
presupuestaria, con lo que se volverá a incumplir la Constitución por tercera
vez, y se tendrán que prorrogar una vez más los presupuestos, lo que supondrá
incumplir de nuevo compromisos como la financiación de la nueva ley que prevé
ayudas a los enfermos de ELA. Estamos ante un Gobierno que no puede gobernar, o
que gobierna con las manos atadas. A pesar de que muchas cifras macroeconómicas
son buenas, lo cierto es que los ciudadanos no acabamos de percibir que las
cosas vayan mejor en nuestro día a día.
A los socios parlamentarios del Gobierno, algunos dentro de
éste, no les interesa que la legislatura se agote antes de tiempo porque casi
ninguno tiene certeza de que podrá mejorar sus resultados electorales. Al PSOE,
tampoco, aunque el presidente podría pensar que antes del 2027 surgiera una
ventana de oportunidad en que volviera a salirle la jugada de 23 de julio de
2023 con un renovado discurso del miedo a que viene la ultraderecha. Si las
encuestas no permiten intuir esta ventana, la legislatura llegará a su final
natural. Algunos socios del Gobierno saben que, según las encuestas serias,
pueden ahora empeorar mucho sus resultados electorales, hasta el punto de que
podrían casi desaparecer o dejar de tener influencia en la política española.
Es el caso de Sumar y de Podemos, que ya ha roto con un Gobierno al que ha
calificado en los últimos meses como “de la guerra” y “de las cloacas del
Estado”. Sumar, mientras vive agónicamente su disolución –ahora es Compromís
quien quiere salirse del grupo parlamentario–, antes o después tendrá que
acentuar aún más –ya lo ha hecho en varias ocasiones– su distancia ideológica del
PSOE para competir con Podemos por quién representa mejor el espacio a la izquierda
del Partido Socialista. La situación de maltrecho poder político para el
espacio a la izquierda del PSOE que pueden traer las próximas elecciones
generales, cuando sean, podría llegar a ser peor que la que hubo en los peores
momentos de lo que llamábamos Izquierda Hundida.
Si a esto añadimos que muchas elecciones autonómicas y las
municipales, cuya celebración pudiera coincidir o no con las generales, podrían
traer unos resultados aún peores al PSOE, Sumar y Podemos que las últimas elecciones
de 2023, la pérdida de poder territorial de la izquierda podría llevar a una
debacle de todo este espacio. Y son muchos puestos de trabajo perdidos y mucho
dinero que se dejaría de gestionar. Podríamos estar en una circunstancia
similar a la que han vivido los partidos socialistas de Francia e Italia, prácticamente
deshechos. Muchos se niegan a ver esto e invocan la resistencia de los
laboristas británicos, ahora en el poder –aunque aquí el sistema electoral
favorece el bipartidismo–, de algunos países nórdicos y, hasta cierto punto, de
Alemania, donde el SPD, a pesar de perder las elecciones, ha conseguido
mantenerse en el Gobierno como socio minoritario para evitar que la CDU pacte
con la ultraderecha de AfD. Cosa impensable aquí después de que Sánchez
desquebrajase el PSOE cuando esto se planteó en tiempos de Rubalcaba. Veremos
qué pasa en Portugal.
La legislatura está agotada, insisto, aunque el presidente
decidiera alargar su agonía durante dos años más. Junts y ERC van a medir mucho
sus apoyos parlamentarios al Gobierno para intentar mostrar a sus potenciales
electores quién representa mejor la propuesta independentista, a la que aún no
han renunciado. El PNV y EH Bildu también están compitiendo por la hegemonía en
el País Vasco y a ninguno le interesa mostrar demasiado seguidismo con Madrid,
a pesar de que siempre pueden justificar su apoyo al Gobierno por el temor que
produce la posible llegada de la ultraderecha a la Moncloa como apoyo necesario
del PP.
Ninguno de los actuales socios parlamentarios del Gobierno
parece interesado en apoyar una moción de censura que desalojara a Sánchez de
la Moncloa con el único objetivo de que el candidato ganador convocase unas elecciones
generales de inmediato. Los casos de presunta corrupción y de prácticas sospechosas
de ilegalidad para condicionar algunas investigaciones judiciales, aún no
sustanciados en los tribunales, que afectan al entorno más inmediato del
presidente –su núcleo familiar más cercano y el que fue su mano derecha en el
PSOE–, no les parecen suficientes a los socios parlamentarios del Gobierno para
apoyar una moción de censura, aunque apoyaron una contra Rajoy por motivos similares,
pero prefieren un Gobierno débil de Sánchez que la incertidumbre de unas elecciones
que pudieran traer un Gobierno débil de Feijóo con el apoyo necesario de Vox.
Estando la legislatura agotada, aunque languidezca dos años
más, los magistrados llamados progresistas del Tribunal Constitucional no
necesitan “dar un respiro al Gobierno con el aval de la amnistía”, como decía
ayer El País en un titular, y bien pudieran atenerse sólo a criterios
jurídicos para sentenciar la inconstitucionalidad de la llamada ley de
amnistía. La inmensa mayoría de juristas de prestigio de este país así lo han
demostrado. Sólo hay algunas voces discordantes que estarían dispuestas a orinar en las pilas de Ferraz y de los independentistas dijeran lo que dijesen el
Gobierno, Junts y ERC. El meapilismo no es sólo clerical. El TC podría evitarnos un tremendo ridículo y evitar un
problema muy serio a nuestra democracia, porque si avala esta ley, cualquier mayoría
absoluta parlamentaria futura podrá amnistiar a quien quiera. Pensemos bien
dónde nos metemos. Si el TC avala la ley, evidentemente tendremos que acatar su
sentencia, lo que no podrá conseguir el alto Tribunal es que dejemos de criticarla.
Habrá perdido su prestigio y su credibilidad.
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