La política espasmódica
Durante las últimas semanas, estamos viviendo –sufriendo– la
acentuación de unas formas de hacer política que podemos denominar “política
espasmódica”. Una política de respuesta refleja a los movimientos que van
produciéndose en la esfera pública sin que tras ella haya una auténtica
reflexión sobre los objetivos que se persiguen, los principios
ideológicos que marcan la ruta, los programas con propuestas de fondo
o planteamientos de futuro que se pretenden más allá de menudas, cuando
no pueriles, estrategias de poder, desvelos por ocupar espacios de reparto
del presupuesto y por hacerse con la potestad de nombrar cargos, de
repartir prebendas y canonjías. La política es también esto pero no puede
ser principalmente esto, ni sólo esto.
Desde hace muchos años se ha impuesto una mala
interpretación del marketing político que entiende la política
como un producto más de consumo que hay que ofrecer al cliente para
conseguir que lo compre, es decir, su voto, de ahí que lo importante sean
las encuestas y no las ideas que impulsan los programas de los partidos. Una
concepción de la política muy alejada de la polis. Hay que ganarse
al electorado como sea. Si algún principio o propuesta no funciona
electoralmente, se cambia sin ningún problema y se ofrece al elector-cliente
lo que el encuestero del partido piense que va a dar buenos resultados en
cada momento.
Una vez celebradas las elecciones no hay ningún pudor en
saltarse cualquier principio ni en desdecirse de lo que se ha prometido en
campaña si hay que pactar y repartirse ámbitos de poder. La mentira se
ha impuesto, y no sólo por las fakenews
ni por una concepción postmoderna que relativiza la verdad y presenta la
mentira como hechos alternativos sino porque lo importante es ocupar el
poder y controlar el presupuesto. El programa, en realidad, no importa.
Luego, el día a día ya irá diciendo qué hacer según vayan yendo las encuestas. Se
ha renunciado a toda pedagogía que intente explicar al electorado la
virtud de las ideas y proyectos y, desde luego, que explique por qué es
bueno defender unos principios, unos valores y unos fundamentos ideológicos.
Nadie quiere hacer saber al electorado que no es posible ofrecerle todo, que no
siempre hay soluciones o que éstas no se pueden conseguir a coste cero. La
política queda reducida a eslóganes.
Esto es así desde hace mucho, pero se ha acentuado en la
última década en tanto que los partidos son liderados casi siempre,
aunque hay algunas contadas y honrosas excepciones, por personas que tienen
poco o nulo bagaje intelectual, incluso cuando han cursado carreras universitarias
o son doctores, personas que raramente han hecho el esfuerzo de pensar más
allá de los términos partidistas en que se han socializado y que
desconocen por completo la historia, rodeadas de camarillas con el
mismo perfil. Es el triunfo de la mediocridad que se retroalimenta.
Lo que ha sucedido en estas dos últimas semanas muestra
de forma muy clara este modo de hacer política y pasa ya, como dice el refrán,
de castaño oscuro. Se han tomado decisiones de forma espasmódica sin pensar
en las consecuencias, sin darse cuenta de que el leve aleteo de la mariposa
podía provocar movimientos que desestabilizarían un marco institucional ya
de por sí frágil. Reacciones espasmódicas que en muchos casos buscan
simplemente el estar ahí, ser protagonistas de la noticia, aparecer en los
medios, da igual de qué forma, para hacer notar su presencia, para que parezca
que se hace algo. Todo empezó con una controvertida decisión de Inés
Arrimadas apoyando una moción de censura contra el Gobierno del que su
propio partido formaba parte en Murcia. Si crees que personas del otro partido
de la coalición de gobierno han cometido delitos de corrupción o han actuado de
forma poco ejemplar y cometido faltas administrativas en el proceso de
vacunación, hay que irse a los tribunales, dejar el Gobierno y pasarse a la
oposición para luchar contra el mismo, no intentar tomarlo desde dentro con una
moción de censura con los que hasta ayer eran tu oposición y con los que no se
quiso pactar hace apenas año y medio. No sólo es una cuestión estética sino
ética. Ciudadanos ha dado muestras en estos últimos días de imitar lo
peor de la vieja política. Sus propuestas de regeneración parecen ahora
cantos de sirena. Pensar, además, que un movimiento así en que se derrocaría a
un Gobierno regional y a un Ayuntamiento importante de un partido con el que
tienes acuerdos en otras regiones no iba a generar un revuelo a nivel
nacional y un enfrentamiento con ese partido, el PP, es o una imprudencia
o una irresponsabilidad o un desconocimiento profundo de la vida política
o un desconcierto total ante los pésimos resultados electorales y los datos
de las encuestas. Podía haber motivos para el movimiento espasmódico pero
no se explicaron de forma clara a la ciudadanía, y cuando las explicaciones han
llegado, los ciudadanos no las han entendido. Las últimas encuestas muestran un
distanciamiento total del partido en que pusieron sus esperanzas de
regeneración de la política catalana, primero, y española, después, muchos
ciudadanos. Hasta el punto de que podemos pronosticar su desaparición.
En vez de realizar una catarsis y replantear los principios y el rumbo del
partido, hoy se ha hecho una mera operación estética.
La reacción de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel
Díaz Ayuso, apoyada por el líder del PP, Pablo Casado, también fue
espasmódica. No se cuestionó si su Gobierno funcionaba bien y podía seguir
cumpliendo sus objetivos, sino que se asustó al pensar que le iban a
presentar también una moción de censura y podía perder el poder, y lo
importante era conservarlo a cualquier precio, aunque fuera a costa de
expulsar del Gobierno a los que hasta ese mismo día eran sus socios y gracias a
los que podía gobernar en una comunidad autónoma en la que no había ganado las
elecciones. En una situación de pandemia, Ayuso prefiere que haya elecciones
aunque supongan riesgo de contagio, y paralizar, por lo menos durante unos
meses, políticas que hasta ayer defendía como imprescindibles y urgentes. Lo
importante ahora, hasta ayer, era frenar al socialismo; hoy, al comunismo,
para la defensa de la libertad. “¡Comunismo o libertad!”, dice alguien
que no parece que haya leído, por lo menos de forma meditada, ni a John Stuart
Mill, ni Isaiah Berlin ni a Raymond Aron, ni siquiera a Friedrich Hayek o
Milton Freedman, por citar algunos referentes que podrían hacernos entender qué
quiere decir con la palabra libertad. De socialismo y comunismo, con corrientes
tan diversas en la historia, ya sabemos que sólo maneja un tópico que sirve
para movilizar a ciertas huestes.
Y hoy Pablo Iglesias, en un movimiento igual de
espasmódico, decide abandonar nada menos que la vicepresidencia del
Gobierno de España para autoproclamarse candidato de un, por ahora,
imaginario frente conjunto antifascista para que la ultraderecha “no
pase” en Madrid. Iglesias tiene más lecturas, pero quizá desfasadas. Es difícil ahora mismo saber si hay una estrategia detrás o
simplemente ha creído que, anteponiendo su ego a todo lo demás, los
madrileños acudiremos en fila y en masa a las urnas, entusiasmados porque el
gran líder venga a ofrecernos las soluciones que no han dado apenas frutos
en su gestión vicepresidencial.
En la política española hace falta sosiego, ideas,
propuestas de verdadera transformación de la sociedad, de la economía, de la
propia política, y menos movimientos espasmódicos tuiteros. Mas las
agencias de colocación en que se han convertido los partidos están cada vez de
forma más intensa y plena en su mundo paralelo. El gravísimo problema es
que esta política espasmódica genera una enorme desafección política, un
hastío en los ciudadanos que ven que sus representantes se preocupan de
sus cosas (las de los políticos) y no de las suyas (las de los ciudadanos). El
caldo de cultivo para los discursos populistas demagógicos no puede estar mejor
preparado, le han puesto el caldero, todos los ingredientes y la leña para
que prenda y borbotee. Ni siquiera la violencia en las calles, cada vez más
frecuente y que estalla a la mínima, por ejemplo para supuestamente
defender con métodos fascistas la libertad de expresión de un rapero insulso y
grosero, les hace reaccionar y darse cuenta de la gravedad de la situación. La
política espasmódica no permite hacer frente a la grave crisis en que estamos.
Javier Zamora Bonilla
Universidad Complutense de Madrid
Profesor de Historia del pensamiento político
Facultad de Ciencias Políticas y Sociología
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