Amnistía, no, aunque fuese constitucional
En una entrada de mi Blog “El pensatorio de las ideas”, publicada
hace unos días y titulada “No se puede” (https://elpensatoriodelasideas.blogspot.com/2023/09/no-se-puede.html),
expliqué las razones por las que, en mi modesta opinión, ni una ley de amnistía
ni un referendum de autodeterminación tienen encaje constitucional y, por
tanto, de aprobarse, serían inconstitucionales. No las reitero.
Ahora voy a dar las razones políticas por las que pienso que
no sería oportuno aprobar una ley de amnistía para favorecer a los que
delinquieron durante el llamado “procés” para la independencia de Cataluña,
aunque aceptásemos la hipótesis de que la ley de amnistía fuera constitucional.
La prevista amnistía afectará a un número de personas que algunos han calculado
en torno a 1.500, pero lo cierto es que la misma lo que busca es favorecer a
unos cuantos líderes políticos que no superan las dos decenas, algunos, como
Puigdemont, huidos de la Justicia y aún no juzgados, otros, indultados pero
inhabilitados para ejercer cargos públicos, como Junqueras. La previsible ley
de amnistía permitiría no juzgar a los cerca de 400 encausados pendientes de
sentencia o de juicio, a los huidos de la Justicia y a cualquiera que, habiendo
cometido delitos, aún no hubiese sido encausado.
Toda ley de amnistía pretende, dicho en román paladino, hacer
“borrón y cuenta nueva”, incluso con delitos de sangre, para iniciar una nueva
etapa de concordia. Es un fin loable. Parece necesario para conseguir el mismo
que los potencialmente amnistiados, sobre todo cuando hablamos de un Estado de
derecho, no del paso de una dictadura a una democracia como en la Ley de
Amnistía de 1977, tengan que mostrar un reconocimiento de que las acciones por
las que han sido o pueden ser juzgados fueron un incumplimiento de la ley y
comprometerse a no vulnerar la misma con los mismos fines. Esta situación no se
produce actualmente porque los líderes de Junts per Catalunya y de Esquerra
Republicana de Catalunya insisten en llamar “represaliados” a los perseguidos
por incumplir la ley. No hay ninguna represalia en el intento de encausarlos y
juzgarlos ni en los juicios que ya se han producido, sino simplemente un
cumplimiento estricto del Estado de derecho. No se les persigue ni por sus
ideas ni por haber votado, sino por haber organizado un referendum declarado
ilegal y haber proclamado la independencia de Catalunya, entre otras acciones
ilegales, para lo que utilizaron fondos públicos malversando el fin para el que
estaban previstos, entre otros delitos, algunos ahora suprimidos, como el de
sedición, en una reforma muy cuestionable del Código Penal. Además, varios
líderes independentistas y, en concreto, Puigdemont insisten en que volverían a
realizar hechos parecidos, es decir, delictivos, por los que son perseguidos
por la Justicia o han sido juzgados. No hay, por tanto, un ánimo de concordia,
de convivencia, sino de continuar con el enfrentamiento y de vulnerar la ley.
Los independentistas pueden evidentemente, dentro de nuestro marco
constitucional y normativo, defender sus ideas, incluyendo la de independizar
Cataluña del resto de España, lo que no pueden hacer es violar la ley para
conseguir este fin y pensar que pueden quedar al margen del sistema legal. Por
esto es absurdo, cuando se habla de que existe un “conflicto político”, afirmar
que tiene que resolverse sólo por medios “políticos”, lo que implica que no se
debería seguir la vía judicial cuando se cometieran delitos. Esto es tanto como
decir que cualquiera que alegue que actúa políticamente no tendría que
someterse a las normas, ni ser perseguido si las vulnera. Un absurdo
democrático. Hay que buscar soluciones “políticas” al “conflicto político”,
pero siempre dentro de la ley. Como dijo Cicerón en el Pro Cluentio:
“tenemos que ser siervos de la ley para poder ser libres”. Fuera de la ley no
hay libertad, sólo anarquía, en su sentido etimológico.
Por otro lado, una ley de amnistía exigiría, en mi modesta
opinión y en la de otros muchos ciudadanos, un consenso más amplio,
mayoritario. Hubiera sido muy recomendable que se hubiera buscado sumar a otras
fuerzas políticas además de las que al parecer van a dar su apoyo a la
previsible investidura de Pedro Sánchez. Hacer una ley de amnistía contra el
criterio del principal partido de la oposición, el PP, que además ha sido el
más votado y el que mayor número de escaños tiene en el Congreso y mayoría
absoluta en el Senado, no parece muy coherente en términos democráticos. Como
la ley de amnistía se quiere aprobar ahora deprisa y corriendo para amarrar los
votos necesarios para la investidura, la búsqueda de este recomendable consenso
es muy complicada y, en cualquier caso, sería prácticamente imposible convencer
al PP de que la amnistía es constitucional cuando la mayoría de los líderes
socialistas, incluyendo Pedro Sánchez, afirmaban antes de las elecciones
generales del 23J que era inconstitucional.
Por muy grandilocuentes palabras que quiera utilizar el
presidente del Gobierno para aprobar la amnistía, e invoque a “España” y la
“convivencia”, todo el mundo ha visto claro que el único fin que persigue es
asegurar su investidura ante la necesidad de sumar los votos de Junts y ERC, que
la exigen, los cuales se añadirían a los de Bildu, PNV, BNG y, claro, Sumar.
Sánchez está en su derecho de intentar formar Gobierno, sobre
todo después de la fracasada investidura de Feijóo, al haber recibido el
encargo del rey, pero no a cualquier precio, sobre todo no al precio de
violentar o violar la Constitución, nuestro marco legal máximo de convivencia.
Una vez escuchadas las exigencias de los partidos independentistas para dar sus
votos a su potencial investidura, en tanto éstas vulneran la Constitución,
Sánchez debía: 1) renunciar a la investidura y abrir paso a la posibilidad de
que se convoquen nuevas elecciones, a las que podría presentarse el PSOE con un
programa que incluya explícitamente la amnistía si ahora sus dirigentes piensan
que es constitucional y una medida necesaria para mejorar la convivencia; 2)
ofrecer un acuerdo al Partido Popular, como partido que ha obtenido más votos y
escaños, para favorecer una investidura de Feijóo con un acuerdo de
gobernabilidad que incluyera la aprobación de presupuestos. Se podría
aprovechar para llevar a cabo las reformas políticas, sociales, judiciales y
económicas que nuestra sociedad necesita, incluso plantearse una reforma
constitucional, por lo menos en aquellos aspectos en los que se podrían
alcanzar consenso como la supresión de la prioridad del varón sobre la mujer en
la sucesión de la corona. Legislatura corta, por tanto, porque habría que
disolver las cámaras para aprobar esta reforma constitucional.
Es falso el dilema que quieren plantearnos de “o amnistía y
políticas sociales o gobierno del PP con la extrema derecha”. Había, y hay, más
opciones. Por un lado, Vox ofreció sus votos al PP sin exigir entrar en el
Gobierno para la fallida investidura de Feijóo. El PSOE podría haber dado sus
votos, o parte de ellos, al PP para favorecer esta investidura y evitar las
exigencias ilegales de los independentistas. Aún se puede, pero aquél era otro
momento y fue legítimo que Sánchez esperase su turno para intentar formar
Gobierno. Ahora, ante las exigencias ilegales de los independentistas, el PSOE
podría alcanzar algún tipo de acuerdo para que el PP, como partido más votado,
pudiera gobernar, bien con un Gobierno de gran coalición, bien con pactos
puntuales para dar estabilidad a un Gobierno del PP en minoría para que no
necesitase los votos de Vox, si realmente el temor es la entrada en el Gobierno
de la extrema derecha o que el PP se apoye en ella para aprobar sus políticas.
Si el PSOE hubiera sido el partido más votado y con más escaños, en una
circunstancia similar, pienso que el PP debiera hacer lo mismo.
Mas aquí lo que sucede es que Sánchez quiere seguir como
presidente del Gobierno y Yolanda Díaz como vicepresidenta a cualquier precio,
Puigdemont no está dispuesto a pasar ni una noche en el calabozo y debe haberse
cansado de su estancia extrajudicial –que no exilio– en el paraíso de Waterloo,
y Junqueras quiere volver a la política activa porque trabajar fuera de la
política es más incómodo y menos glamuroso. Si el PSOE y Sumar no consiguieran
retener el Gobierno, su situación sería muy complicada. El PSOE y los partidos
ahora integrados en Sumar consiguieron muy poco poder territorial en las
últimas elecciones municipales y autonómicas. El PSOE sólo gobierna en 3
autonomías y con mayorías muy justas, ha perdido los ayuntamientos de 15
grandes ciudades y sólo gestiona, en solitario o en coalición, una quincena de
capitales de provincia. Para un partido con la estructura territorial del PSOE,
esto es poquísimo poder local y, en consecuencia, mínimas posibilidades de
ofrecer cargos a sus líderes y de disponer de la gestión de presupuestos que
favorezcan de una u otra manera a la militancia si perdieran el Gobierno
central. En el caso de Sumar, que sufre la abierta hostilidad de uno de sus
socios, Podemos, si se perdiera la posibilidad de seguir gobernando, lo tendría
muy difícil para consolidarse como la fuerza mayoritaria a la izquierda del
PSOE. Recordemos que es un “movimiento” que aún está en mantillas y sufre
fuertes tensiones internas.
El PSOE, que ya en tiempos de Zapatero pactó con ERC sin
establecer las necesarias líneas rojas e inició un proceso de reformas
estatutarias que era absolutamente innecesario, de donde vienen buena parte de
nuestros problemas, debería hacer una reflexión profunda sobre si la
gobernabilidad de España puede sostenerse en partidos que defienden abiertamente
la ruptura de la unidad soberana del pueblo español y que no respetan nuestro
marco constitucional. Que lo quieran cambiar es perfectamente posible y tienen
vías legales para hacerlo, pero que no lo respeten es un problema grave.
La situación de considerar al contrario político como un
enemigo con el que no se puede alcanzar acuerdos, el veto constante del PSOE y
Sumar al PP (no sólo a Vox) y del PP al PSOE y Sumar tienen que ponerse en
cuestión. La política democrática necesita unos consensos mínimos entre las
grandes fuerzas parlamentarias.
Está por ver si la ley de amnistía se aprueba como ley
ordinaria o como ley orgánica, es decir, por mayoría simple o por mayoría
absoluta. Suponiendo que el Tribunal Constitucional la avale –veremos, porque
además es seguro que muchos de sus miembros o sean recusados o tengan que
abstenerse por distintos motivos al haberse pronunciado sobre el tema–, esto significaría
que cualquier mayoría simple, si se aprueba por ley ordinaria, o cualquier
mayoría absoluta del Congreso de los Diputados, si se aprueba por ley orgánica,
podría en el futuro amnistiar a quien quisiera. ¿Somos conscientes de lo que
esto significa para nuestro Estado social y democrático de derecho? ¿Somos
conscientes de lo que esto implica para la necesaria división de poderes de
nuestra democracia? ¿Somos conscientes de la vulneración sistemática que esto
podría suponer para el principio de igualdad ante la ley y el principio de
interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos? ¿Somos conscientes?
Jugar con los valores esenciales de la democracia es mal asunto y conlleva
riesgos difíciles de calcular ahora, en su extensión y profundidad, en términos
de degradación institucional y democrática.
Se nos intenta convencer de que la amnistía sería el paso
definitivo para la reconciliación de la sociedad catalana y de la sociedad
española en su conjunto, pero si tenemos algo de perspectiva histórica podemos
intuir que no será así, que los independentistas no renunciarán nunca al fin
último de proclamar la independencia de Cataluña, sea mediante una negociación
con el Estado –algo inviable desde el punto de vista constitucional salvo que
se modificara la Constitución– o sea mediante una declaración unilateral,
aunque uno sospecha que, en el fondo, los partidos nacionalistas no quieren la independencia
sino que lo que pretenden es mantener la hegemonía del poder público y del
control del presupuesto, cuanto más mejor, en su territorio, porque si
alcanzasen la independencia tendrían que hacer frente a cuestiones muy
complejas como las siguientes: ¿incluiría una constitución catalana el derecho
de autodeterminación para los españoles residentes en una Cataluña
independiente a sabiendas de que pueden ser mayoría y podrían revertir la
independencia?, ¿se consideraría el español lengua cooficial y vehicular en la
educación y en las administraciones públicas a sabiendas de que es
mayoritaria?, ¿cómo se gestionaría la entrada en la UE?, ¿se mantendría el euro
como moneda oficial aún a sabiendas de que por largo tiempo Cataluña estaría al
margen de la UE y de la eurozona? Podríamos seguir. Si estudiamos la historia
del último siglo y medio, desde que nació el catalanismo político, vemos que
ninguna de las concesiones del Estado ha resultado suficiente para poner fin al
llamado “problema catalán”. Lo último que se nos dijo era que los indultos, la
supresión del delito de sedición y la reforma del delito de malversación eran
los pasos imprescindibles para la buscada reconciliación y concordia. Tampoco
han sido suficientes. Cómo bien dijo Ortega y Gasset hace un siglo, el
“problema catalán” en realidad es el problema de una parte de ciudadanos
españoles catalanes que no se sienten parte del todo y quieren vivir como un todo
aparte, pero, como hay otro núcleo importante de ciudadanos españoles catalanes
que sí se sienten parte de ese todo, la posibilidad de alcanzar un acuerdo es
remota. En el fondo, es un problema sentimental y, en último término, no es
soluble en términos jurídicos y políticos. La famosa teoría de la
“conllevancia”. Siglo y medio ha pasado y aún no se ha solucionado el problema.
A lo mejor Ortega y Gasset tenía algo de razón. El sustrato del conflicto es
que los líderes nacionalistas han fomentado durante décadas la confrontación y
no tienen ninguna intención de dejar de hacerlo. También el nacionalismo
español ha echado leña al fuego en no pocos momentos. El problema sólo entrará
en vías de solución cuando los líderes catalanistas sean democráticamente
desalojados del poder por un largo tiempo y la mayoría de los ciudadanos
españoles catalanes que ahora quieren vivir aparte entiendan que pueden vivir
satisfactoriamente bien dentro de España. Hará falta mucha pedagogía, a la que
se ha renunciado.
Sánchez se comprometió públicamente a traer a Puigdemont para
ponerlo a disposición de la Justicia. Ahora parece que quiere traerlo entre
algodones, no necesariamente en el maletero, en uno de los Rolls Royce de
Patrimonio Nacional. Sánchez se comprometido públicamente a no conceder la
amnistía ni el referendum porque le parecían inconstitucionales. Ahora está
dispuesto a conceder, al menos y por ahora, la amnistía. La falta de principios
en un líder político, cuando además pone en cuestión valores esenciales de la
convivencia y del marco normativo, incluida la Constitución, es un tema gravísimo.
Quién no tiene principios puede aceptar cualquier fin y cualquier medio.
Dicho todo esto, si la amnistía fuera constitucional, como lo es en Francia, Italia, Portugal, por poner algunos ejemplos, sería legítimo que se propusiera, que se buscase con ella, aunque ingenuamente en mi opinión, la reconciliación y la mejora de la convivencia, pero el problema es que no es constitucional. Mucha gente se cree de buena fe el discurso a favor de la amnistía que ahora pronuncian los líderes del PSOE y de Sumar, pero no son conscientes del grave error que es vulnerar los principios esenciales del Estado de derecho y de la democracia. Si hoy es por esto, mañana por qué será. Si la amnistía se aprueba, las consecuencias en el deterioro de nuestra democracia son imprevisibles. El fin que se persigue con la amnistía, la mejora de la convivencia, se puede conseguir, como ya se intentó, mediante indultos, que sí tienen encaje constitucional siempre que no sean generales, y que sí son una potestad constitucional del Gobierno, pero la cuestión es que Puigdemont no quiere arriesgarse a pasar ni una noche en el calabozo ni quiere ser juzgado, y Junqueras quiere reintegrarse ya a la política activa plenamente porque salió mal la reforma del delito de malversación y sigue inhabilitado para ejercer cargos públicos. Por cuestiones tan menores, tan personales, incluyendo la de seguir en el Gobierno a toda cosa, aunque se enmascaren con grandes palabras y se invoque a la colectividad, a España y a Cataluña, no merece la pena poner en riesgo los principios esenciales del Estado social y democrático de derecho en el que vivimos. ¡No a la amnistía!
Javier Zamora Bonilla
Profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos
Sociales y Políticos
Director del Máster de Teoría Política y Cultura
Democrática
Universidad Complutense de Madrid
Facultad de Ciencias Políticas y Sociología
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