Presentación de El corazón brincando volteretas, de Margarita Hernando de Larramendi

 





Palabras de presentación del libro de 


Margarita Hernando de Larramendi, El corazón brincando volteretas. Antología conversada, la empresa de la vida, Madrid, 2019

 

Ateneo de Madrid, 14 de mayo de 2023

 

Agradecimientos:

Muchas gracias a todos ustedes por su asistencia.

Muchas gracias al Ateneo de Madrid por acogernos en este precioso salón que tantas resonancias históricas tiene para un historiador del pensamiento político y estudioso de Ortega y Gasset.

Muchas gracias a mis compañeros de mesa:

Joaquín Pérez Azaústre,

José Manuel Mora Fandos, y

Herminia Navarro, que nos deleitará luego con la música de su guitarra.

Sobre todo, muchas gracias, a Margarita Hernando de Larramendi por invitarme a presentar esta “Antología poética conversada” sin tener yo ningún mérito para ello más allá de la amistad que nos une.

No soy poeta

Escribo versos, que es distinto de ser poeta. [Anécdota: Mi profesora de Literatura en 3.º de Bachillerato, Encarna, nos puso como primer examen la tarea de escribir un ensayo con los tópicos de los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo. Cuando nos entregó el examen corregido, aunque me puso un 9 y pico, creo recordar, escribió al margen: “que el «escribiente» venga a hablar conmigo en una tutoría”. Supongo que tuve que buscar la palabra “escribiente” en el diccionario porque desconocería su significado. Cuando fui a hablar con la profesora, que había detectado que yo en clase seguía de memoria algunos poemas que ella recitaba, me dijo: “en prosa no se escribe en cuaderna vía”. Entendí entonces que la palabra “escribiente” se diferenciaba claramente de “escritor” y, desde entonces, mis ínfulas de poeta, si alguna vez las tuve, fueron a la misma papelera que los poemas que por aquel entonces había escrito. Luego he seguido escribiendo versos pero sin pretender ser poeta.]

Tampoco soy profesor de literatura ni de arte (pintura, música, escultura), también muy presentes en el libro de Margarita.

Siempre me ha gustado la poesía. [Anécdota: a los 14 años salvé la crisis de la adolescencia leyendo. Hasta entonces apenas había leído más allá de las lecturas obligatorias que nos mandaban en el colegio. Mi hermano, que había aprendido a leer a los 5 años, con mi madre, antes de ir al colegio, y no ha parado desde entonces de leer y leer, y mis padres me insistían para que leyese, pero a mí no me gustaba, era un niño callejero que lo que quería era ser torero y tenía a todos mis amigos haciendo de toro. Pero la soledad de la adolescencia me llevó a una biblioteca de la Fundación Caja Madrid en Canillas, cerca de mi barrio de Hortaleza. Allí me topé con una gran estantería en la que estaba buena parte de la poesía en español y el teatro clásico y moderno. Como no tenía criterio, decidí empezar de arriba abajo y de izquierda a derecha, así que en unos dos años me había leído todo]. Siempre me ha gustado, decía, a partir de entonces, la poesía, la literatura y el arte en general, pero he leído siempre sobre estos temas (en realidad sobre casi todos) de manera muy desordenada, y no sigo las novedades, ni mucho menos me puedo considerar especialista o experto.

 

Les decía que el único mérito para presentar el libro de Margarita es la amistad, que no es que me parezca un mérito menor, ni mucho menos, pero la autora pudiera haber elegido a alguien que entendiera y no a un diletante en estas lides.

Leyendo el libro de Margarita he descubierto muchas coincidencias que nos unen y que, quizá sin ser plenamente conscientes de ello, han ido fraguando nuestra buena relación:

El amor a la poesía como una forma de vida, de sentimiento (quizá yo sea, como Unamuno, principalmente, “sentidor”), de intento de comprensión del mundo, de guía y orientación en él, que nos ha llevado a interesarnos por algunos poetas. Compartir poetas es una cosa importantísima, magnífica: Garcilaso, del que dice Margarita que es uno de sus preferidos (p. XLV), San Juan, el “inexorable” Quevedo, que es el preferido mío, Bécquer, Machado, Miguel Hernández, Octavio Paz… Margarita conoce muchos más poetas que yo, por ejemplo italianos, tan presentes en su libro.

Nos une también el aprecio por el arte, del que el libro de Margarita está tan repleto, porque si algo caracteriza a la autora es su impresionante cultura, no sólo de los clásicos sino también de música contemporánea, por ejemplo. Margarita combina muy bien clasicismo y modernidad.

Nos une también la vivencia y reflexión de la realidad cotidiana, incluso de lo minúsculo, especialmente de lo minúsculo, de lo aparentemente insignificante de esa realidad. Hace años empecé un libro que se llamaba Cosas de poca monta, y que por ahí andará perdido sin haber completado más que algunas pocas páginas. A esta atención a lo cotidiano, a lo que llamas “epifanías de la vida cotidiana” (p. CIII), con “mirada irónica y reflexiva”, dices (p. XC), se suma la “serenidad” que expresa tu poesía, la cual tiene una gran templanza aristotélica. Uno de sus poemarios aquí recogidos se titula L'esultanza della serenità (Soggiorno pisano).

Y, finalmente he visto, que hemos compartido espacios y experiencias sin saberlo, más allá de la Fundación Ortega que es dónde empezó a fraguar nuestra amistad: el cafetín Croché de San Lorenzo de El Escorial, cuyo premio de poesía ganaste, Margarita, y al que yo voy con frecuencia; el restaurante San Francisco, en El Pardo, donde ambas familias he visto que celebramos los grandes acontecimientos; el Museo del Prado, que tanto visitas y que yo, durante años, visité casi todos los sábados. Compartimos también algunas enseñanzas familiares, como esa de que “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, que me decía mi abuela, y que le decía a Margarita su madre (p. XXXVI). Incluso compartimos algunos defectos, como eso que llamas, con razón, “perfeccionismo paralizante” (p. XV), y también algunas virtudes como saber decir “no” y “defender nuestras convicciones” (p. XVII); saber que es importante hacer caso al oráculo de Delfos y conocerse a sí mismo, pero para cambiarse (p. XLII), para corregir todo lo defectuoso que en todo ser humano hay; y compartimos también tu valoración de la ejemplaridad, de la que hablas citando a Javier Gomá, al que decidas el poema “Exempla trahunt (visita a las excavaciones de Atapuerca)”, del que sacas la idea, no sé si llamarle moraleja, de que la ejemplaridad es el “«movimiento alegre del ánimo» hacia aquello que es digo de ser imitado” (p. CXLIV), que me parece una magnífica definición.

 

Verán que me he extendido mucho en los prolegómenos, pero ya va dicho bastante del libro.

Lo primero que querría comentar es su título: El corazón brincando volteretas, que es un verso de su poemario aquí recogido Las siete en Canarias, en concreto el último de su poema “Acepto”:

Una palabra, tres sílabas, seis letras,

y el corazón brincando volteretas.

 

El título es estupendo: una metáfora visual y plástica de la felicidad. No puedo dejar de imaginarme al corazón brincando, dando volteretas ante el goce de la vida. Lo ven: pum, pum, pum… [gesto con la mano en el pecho girando la mano sobre sí misma].

La segunda parte del título, quizá subtítulo, es Antología poética conversada. Las primeras 153 páginas, perfectamente separadas por su numeración en romanos, son una larguísima conversación de Margarita con una íntima amiga, Braulia López. A mí, hombre algo huraño y ensimismado, acostumbrado a rumiar en soledad los problemas para no preocupar a los demás, a mí, digo, Margarita, me preocuparía que una amiga conociese tanto de mí. La autora va en esta conversación explicando sus poemas y contando experiencias de su vida que le han llevado a escribirlos, aunque matiza que no es una “poeta de la experiencia” sino que lo que le interesa es que “la poesía sea una experiencia (estética y filosófica a un tiempo) que modifique al lector; es decir, que haga que, después de la lectura, sea una persona distinta y, a ser posible, más sabia” (pp. LXXXVIII-LXXXIX). Es interesantísimo. Yo que, como he dicho, no soy poeta, pero escribo versos, tuve hace unos años que explicar a una amiga un par de poemas que me tradujo al chino mandarín. La cantidad de cosas que salieron en la conversación, que para nada eran conscientes para mí cuando escribía. No sé a ti, Margarita, a mí los poemas me vienen, me los encuentro dentro y, como no los escriba pronto, se van. De hecho tengo escrito un poema a un poema huido, olvidado y perdido en la mente. No soy capaz de ponerme a escribir poesía a ver qué sale, lo he intentado y no lo consigo, no tengo paciencia. No sé cómo lo haces tú, luego puedes contárnoslo, si te apetece. En el libro dices que tus poemas “nacen generalmente como una revelación y de la emoción que suscita, que puede ser estética, reflexiva o sentimental” (pp. CXXIV-CXXV). Bueno, decía que uno, por lo menos yo, no es consciente de lo mucho que encierra un poema, de las innumerables referencias que tiene cada palabra, cada verso, la rima, el ritmo, la música, lo que tú llamas “eufonía” (p. CXXXIV). Me di cuenta cuando intenté explicárselo a mi amiga Yang Xiaoming, Aurora (se ha puesto un precioso nombre español), editora de español de The Commercial Press, la principal editorial china. Recuerdo lo que nos reímos por WeChat porque la palabra “orgasmo”, que en mi poema era toda plasticidad y sensaciones, le parecía muy brusca en chino. Como no sé chino, no sé qué puso al final. La poesía de Margarita, tan llena de referencias literarias, bíblicas, musicales, se entiende muchísimo mejor a partir de esta conversación con su amiga intimísima que tanto conoce de ella. Yo he aprendido, y disfrutado mucho, leyendo con calma, que es como se tiene que leer la poesía, esta conversación. Me encanta el título: El corazón brincando volteretas: antología poética conversada.

 

Es un libro atravesado por la pandemia, pues estaba finalizado en 2020 cuando tuvimos que encerrarnos en casa, que enmascararnos, que cubrirnos con guantes y plásticos, temerosos de un virus que mataba a millones de personas. Aunque el libro es anterior a la pandemia, pienso que no podemos leerlo sin tener en nosotros presentes esta experiencia de nuestras generaciones, porque a todos nos ha marcado de alguna manera, algunos de la manera más trágica. La invocación constante que nos hace Margarita a la cotidianeidad, a lo cercano, a lo más próximo, que también, y tan bien, capta en sus fotografías, en sus instantáneas, se ve de forma distinta tras la pandemia. Los poemas de Margarita suenan como un oráculo griego que te dice: “¡A lo inmediato!, ¡A lo cercano!, ¡A lo próximo!, ¡Al día a día!, ¡A la vida!”. Me recuerda a Ortega (“¡Argentinos, a las cosas!”), que sé que os otra de sus fuentes y que también nos une.

 

Asimismo destacaría la aparente sencillez de la poesía de Margarita. Ella cuenta la anécdota de que con seis o siete años una profesora rompió un poema que había escrito porque pensó que lo había copiado, y que con el tiempo, dice, “fui perdiendo ese engolamiento libresco hasta llegar a apreciar la poesía breve, enunciativa, esencial que, en su sencillez, es universal y puede arrojar una nueva luz sobre lo humano” (p. VII). Todas estas palabras nos sirven para definir su poesía y su intención: “arrojar una nueva luz sobre lo humano”, que implica actuar en el mundo desde el lenguaje, que, como aprendimos en John Austin (y yo, principalmente, en Quentin Skinner), nos sirve no sólo para describir la realidad fenomenológicamente sino para transformarla (p. XXIV) [el carácter performativo del habla]. Margarita destaca de su poesía: “esta capacidad de producir un efecto que nos toque, que nos conmueva, que suponga una revelación para nosotros, que nos haga sentir, pensar, entender o ampliar nuestra visión del mundo (…), a eso aspiran mis poemas” (p. CXII). La poesía nos une y nos permite llegar a todo el mundo por la “universalidad de las emociones sinceras” (p. XXX).

 

También destaco la brevedad de los poemas, que, como ella nos dice “no viene dada” (p. CXXII). Construir la brevedad es un gran trabajo: lo bueno, si breve… (Gracián, creo).

 

Quiero destacar también la importancia que Margarita le da a la familia, y cómo esto se refleja en su poesía. Su amor hacia sus padres, hacia sus hermanos, hacia su marido Antonio, hacia su hijo Telmo, hacia los amigos también, puebla los poemas. Algunos dedicados a sus padres son geniales. Cualquiera que conozca a Margarita sabe que es el mejor departamento de marketing de su familia; cualquier actividad de sus hermanos, de la Fundación Ignacio de Larramendi, que lleva el nombre de su padre, te la hace llegar por WhatsApp, te insiste para que la sigas, para que vayas. Es una comercial estupenda, en el buen sentido de la palabra, porque sabe también que la vida es empresa, como afirma en varias ocasiones, en expresión que también utilizó Ortega: la vida es la gran empresa de sí mismo, el gran emprendimiento que hay que hacer, impulsados por una ética de la responsabilidad y del entusiasmo. “Alegría y libertad” son lemas de la poesía de Margarita (p. XLVII), que confiesa que fue el primer título pensado para el libro. La “libertad interior” (p. XLIX), sobre todo, tan importante para guiarse en la vida y ser feliz o, por lo menos, tomarse la vida con cierta alegría, con esa alegría templada que implica la alétheia. Uno de tus poemas, que dices que es de los que más te gusta, lleva por título “La joie de vivre”. A mí el mayor piropo que me han echado en la vida, me lo dijo Ioana Zlotescu, la gran ramoniana, y me lo dijo en francés (perdonen mi pronunciación): “Tu produis la joie du cœur”. Me hizo mucha ilusión porque mi relación con Ioana nunca ha sido estrecha, sólo nos veíamos cuando coincidíamos en la Ortega, y me lo dijo recordando, además, a su madre, que se lo decía a ella.

 

Si hay tiempo, rescato algunas frases o versos que me han embriagado y me han hecho pensar:

“Gozo inexplicable del eterno comienzo” (p. VI). Me recuerda a esos versos de Quevedo referidos al amor en su poema “Llama a Aminta al campo en amoroso desafío”:

Halláranos aquí la blanca Aurora                

riendo, cuando llora;                   

la noche, alegres, cuando en cielo y tierra                   

tantos ojos nos abre como cierra.              

Fuéramos cada instante            

nueva amada y amante:             

y ansí tendría en firmeza tan crecida         

la muerte estorbo y suspensión la vida:             

y vieran nuestras bocas,            

en ramos de estas rocas,           

ya las aves consortes, ya las viudas,         

más elocuentes ser cuando más mudas.          

 

La idea del “amor instante”, del amor renovado en cada instante, como un nuevo comienzo, con la alegría e ilusión de todo comenzar.

 

“Hay versos que te habitan” (p. VII). Me siento muy identificado con esta expresión, y así lo siento. Para mí hay versos que me han orientado y me orientan en mi vida, en mi toma de decisiones.

 

El poema “Discóbolo”, que comentas en la p. CXXVI, y que concluye: “y me hizo prisionero de su eternidad”. Me recuerda a la idea de escorzo en el arte, de la que habla Ortega. La vida captada en un instante, la realización, pero que en el caso de Ortega no expresa petrificación sino la captación de un instante vivo de la vida.

 

La poesía de Margarita es una incitación a vivir.

Vídeo de la presentación en el Ateneo:

https://youtu.be/LrzrBygMCEc?si=wsUyTwgl9Z5M1HGL

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